Hay entre nosotros ancianos cuyo tiempo de gracia se acerca a su fin; pero por falta de hombres que estén alerta y aseguren para la causa de Dios los recursos que poseen, éstos pasan a las manos de los que sirven a Satanás. Estos recursos sólo les fueron prestados por Dios para que se los devolviesen; pero en nueve casos de cada diez, estos hermanos, cuando están por desaparecer del escenario de acción, disponen de la propiedad de Dios de una manera que no le puede glorificar, porque ni un solo peso llegará jamás a la tesorería del Señor. (…) Con frecuencia se legan propiedades a hijos y nietos para perjuicio suyo solamente. Ellos no sienten amor hacia Dios ni hacia la verdad, y por lo tanto estos recursos, que son todos del Señor, pasan a las filas de Satanás para ser manejados por él.
Muchos manifiestan una delicadeza innecesaria al respecto. Creen que están pisando en terreno prohibido cuando introducen el tema de la propiedad al conversar con ancianos e inválidos, a fin de saber cómo piensan disponer de ella. Pero este deber es tan sagrado como el de predicar la Palabra para salvar almas.
Esta es la peor clase de robo.
Los legados que se dejan al morir son un mísero substituto de la benevolencia que uno podría hacer mientras vive. En verdad, los siervos de Dios deben hacer sus testamentos cada día en buenas obras y ofrendas generosas a Dios.
Los padres creyentes con frecuencia han transferido sus bienes a sus hijos incrédulos, y en esta forma han puesto fuera de su alcance la posibilidad de devolver a Dios las cosas que son suyas. Al obrar de este modo, deponen esa responsabilidad que Dios les ha dado, y colocan en las filas del enemigo los recursos que Dios les ha confiado para que se los devuelvan invirtiéndolos en su causa cuando él así lo requiera de ellos.