En el corazón santificado no habrá cabida para el atavío exterior, sino una búsqueda ferviente y ansiosa del adorno interior.
La apariencia exterior es un reflejo del corazón.
Me ha sido mostrado que los aros eran una abominación, y que cada observador del sábado debe por su influencia reprobar esta moda ridícula que ha puesto un velo sobre el pecado.
En la vida del verdadero cristiano el adorno exterior estará siempre en armonía con la paz y santidad interiores.
La ropa llamativa o cara no sienta bien a los que creen que estamos viviendo en los últimos días del tiempo de gracia.
La apariencia exterior es un índice de lo que hay en el corazón.