El verdadero cristiano trabaja para Dios, no por impulso, sino por principio; no un día ni un mes, sino durante toda su vida.
El hombre que ama a Dios no mide su obra por el sistema de ocho horas. Trabaja a toda hora, sin apartarse de su deber. Y cada vez que se le presenta la oportunidad, obra el bien.
Debemos vivir por Cristo minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día. Entonces Cristo morará en nosotros.