No debemos estudiar la Biblia con el propósito de de sostener nuestras opiniones preconcebidas.
Toda la liviandad y frivolidad debe ser dejada a un lado.
Estamos en terreno peligroso cuando no podemos unirnos como cristianos y examinar cortésmente los puntos controvertidos. (…) Los que no pueden examinar imparcialmente las evidencias de una posición que difiera de la suya, no son idóneos para enseñar en departamento alguno de la causa de Dios.
Si continuáis encontrando faltas y teniendo un espíritu de desavenencia, nunca conoceréis la verdad.
Dios puede enseñarnos en un momento, mediante su Espíritu Santo, más que lo que podáis aprender de los grandes hombres de la tierra.
La única forma válida de investigar las Escrituras consiste en deponer todo prejuicio, toda opinión preconcebida, al comienzo mismo de la investigación, y luego iniciar el trabajo buscando la gloria de Dios.
Existen algunas diferencias de opinión sobre algunos temas, pero ¿es ésta una razón para albergar sentimientos agrios y duros? ¿Se entronizarán en el corazón la envidia, las malas sospechas, las suspicacias y malas imaginaciones, el odio y los celos? Todas estas cosas son malas, y pertenecen solamente a la maldad. Nuestra ayuda está sólo en Dios. Pasemos mucho tiempo en oración y en el estudio de las Escrituras con el debido espíritu: un espíritu con deseos de aprender y dispuesto a ser corregido o rectificado en cualquier punto en que podamos estar en error.
Sabemos que si todos acudieran a las Escrituras con corazones subyugados y dominados por la influencia del Espíritu de Dios, se traería al examen de la Biblia una mente serena y libre de prejuicios y del orgullo de la opinión propia.