Para ganar el cielo vale la pena hacer un esfuerzo perseverante e incansable durante toda la vida. Si ahora se hecha atrás y se desanima, ciertamente perderá el cielo, perderá la vida inmortal y la corona de gloria que no se desvanecen.
Nuestra obra debe ir acompañada de profunda humillación, ayuno y oración. No debemos esperar que todo sea paz y gozo. Habrá tristeza; pero si sembramos con lágrimas cosecharemos con alegría. A veces podrán la oscuridad y el abatimiento penetrar en el corazón de los que se sacrifican a sí mismos; pero esto no los condena. Tal vez quiera Dios inducirlos a buscarle más fervorosamente.
La parte que le toca a cada cristiano consiste en perseverar en la lucha para vencer toda debilidad de carácter.
Mantendremos fervientes nuestras almas con el amor de Dios en la medida en que tratemos de encender los corazones de otros.