Gobernad vuestros pensamientos, y entonces os será mucho más fácil gobernar vuestras acciones.
El primer mal es pensar mal; luego vienen las palabras.
Si deseáis alcanzar la perfección del carácter debéis vigilar el pensamiento y la acción.
La religión de la Biblia eleva la razón hasta el punto de que Cristo se mezcla con todos los pensamientos.
El primer mal es pensar mal; luego vienen las malas palabras.
En su vida diaria, cada pensamiento, cada palabra pronunciada y cada acción es una semilla sembrada que brotará y dará fruto para vida eterna o para miseria y corrupción.
Los pensamientos del corazón, las palabras de nuestros labios y todas las obras de nuestra vida, harán que nuestro carácter sea más digno, si es que sentimos la presencia constante Dios. Sea el lenguaje del corazón el siguiente: "He aquí Dios está en nuestro medio". Entonces la vida será pura, el carácter inmaculado, y el alma se elevará de continuo al Señor. Vosotros no habéis seguido este curso en Battle Creek. Se me ha mostrado que una dolorosa y contagiosa enfermedad os aflige, la cual producirá la muerte espiritual si no es detenida.
Debemos esforzarnos por pensar bien de todos, especialmente de nuestros hermanos, a menos que estemos obligados a pensar de otra manera. No debemos dar apresurado crédito a los malos informes. Son con frecuencia el resultado de la envidia o la incomprensión, o pueden proceder de la exageración o de la revelación parcial de los hechos.
El pecado de la calumnia comienza cuando se acarician malos pensamientos. (…) Para no cometer pecado, tenemos que resistir sus mismos comienzos. Todo afecto y pasión han de sujetarse a la razón y a la conciencia. Todo pensamiento no santificado debe ser repelido inmediatamente.
Si los pensamientos son malos, los sentimientos también lo serán, y los pensamientos y sentimientos combinados constituyen el carácter moral de la persona. (…) Si cedéis a vuestras impresiones y permitís que vuestros pensamientos se encaucen en dirección de la sospecha, la duda y la lamentación, os contaréis entre los mortales más infelices y vuestras vidas resultarán ser un fracaso.
No podremos ver nunca el reino de los cielos a menos que poseamos el pensamiento y el espíritu de Cristo.
Aquellos cuyos corazones están llenos de amor al yo, albergarán malos pensamientos contra sus hermanos, y hablarán contra los instrumentos de Dios.
Queda de su parte ceder su voluntad a la voluntad de Jesucristo; y mientras lo haga, Dios tomará posesión inmediatamente de usted y obrará en su vida el querer y el hace por su santa voluntad. Su naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, y hasta sus pensamientos estarán sujetos a él.
Los hombres no tienen derecho a sospechar el mal con respecto a sus semejantes.
Podemos recibir la luz del cielo sólo mientras estemos dispuestos a vaciarnos del yo. Podemos discernir el carácter de Dios, y aceptar a Cristo por la fe, sólo al consentir sujetar todo pensamiento a la voluntad de Cristo. A todos los que hagan esto, el Espíritu Santo les será dado sin medida.
Los seguidores profesos de Cristo no deben dejarse conducir por los dictados de su voluntad personal; su mente debe ser adiestrada para pensar los pensamientos de Cristo e iluminada para comprender la voluntad y los métodos de Dios.
De continuo deben tener la mente fija en Cristo, para que los pensamientos e impulsos sean de carácter espiritual, y su manera y método de enseñar estén sujetos a los dictados del Espíritu Santo.
Si el amor de Dios está en nuestro corazón, no pensaremos el mal.
En la medida en que Dios actúa en el corazón por intermedio de su Santo Espíritu, el hombre debe cooperar con él. Los pensamientos deben ser controlados y refrenados para que no sigan la tendencia a contemplar asuntos que debilitan y corrompen al ser entero.
Pocos comprenden que es un deber ejercer dominio sobre los pensamientos y la imaginación. Es difícil mantener fija en temas provechosos la mente indisciplinada. Pero si no se emplean debidamente los pensamientos, la religión no puede florecer en el alma.
Si los pensamientos son malos, los sentimientos serán malos; y los sentimientos y pensamientos forman el carácter.
Dios discierne los pensamientos del corazón. Cuando se acarician pensamientos impuros, no es necesario expresarlos por palabras o hechos para consumar el pecado y acarrear la condenación sobre el alma. Su pureza ya está contaminada, y el tentador ha triunfado.
No podéis cambiar vuestro corazón, ni dar por vosotros mismos vuestros afectos a Dios; pero podéis elegir servirle. Podéis darle vuestra voluntad para que El obre en vosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad. De este modo vuestra naturaleza entera estará bajo el dominio del Espíritu de Cristo, vuestros afectos se concentrarán en El y vuestros pensamientos se pondrán en armonía con El.
La única seguridad para el alma consiste en pensar bien.
Si trabajamos para reprimir los pensamientos y sentimientos pecaminosos, sin darles expresión en palabras o acciones, Satanás sería derrotado, pues no podría preparar sus engañosas tentaciones adecuadas para el caso.
José no permitió que sus pensamientos se detuvieran en asuntos prohibidos.
Vi a un ángel de pie con una balanza en la mano, que pesaba los pensamientos y el interés del pueblo de Dios, especialmente de los jóvenes. En un platillo estaban los pensamientos e intereses que tendían hacia el cielo; en el otro se hallaban los pensamientos e intereses terrenales. En este platillo se arrojaba toda la lectura de cuentos, los pensamientos dedicados a los vestidos, la ostentación, la vanidad y el orgullo, etc. ¡Oh, cuán solemne momento! Los ángeles de Dios, de pie, pesan con balanza los pensamientos de los que profesan ser hijos de Dios, de aquellos que aseveran haber muerto al mundo y estar vivos para Dios. El platillo lleno de los pensamientos terrenales, la vanidad y el orgullo, bajaba rápidamente a pesar de que se sacaba pesa tras pesa de la balanza. El que contenía los pensamientos e intereses referentes al cielos, subía mientras que el otro bajaba. ¡Qué liviano era! Puedo relatar esto como lo vi, pero nunca podré producir la solemne y vívida impresión que se grabó en mi mente, al ver al ángel que tenía la balanza donde se pesaban los pensamientos e intereses del pueblo de Dios. Dijo el ángel: "¿Pueden los tales entre en el cielo? No, no, nunca. Diles que la esperanza que ahora poseen es vana, y que a menos que se arrepientan prestamente, y obtengan la salvación, perecerán". . .
Hasta nuestros pensamientos deben ser sometidos a la voluntad de Dios.
Es vuestro deber dominar vuestros pensamientos (…) Sois responsables ante Dios por acariciar pensamientos vanos; porque de las vanas imaginaciones nace la comisión de pecados, la ejecución de aquellas cosas en las cuales la mente se espació. Gobernad vuestros pensamientos, y entonces os será mucho más fácil gobernar vuestras acciones. Vuestros pensamientos necesitan ser santificados. (…) Cuando asumáis tal actitud, comprenderéis mejor la obra de consagración. Vuestros pensamientos serán puros, castos y elevados; vuestras acciones puras y sin pecado.
Dios formó la mente del hombre. No producimos un solo pensamiento noble que no derive de él.
Hay pensamientos y sentimientos sugeridos y suscitados por Satanás que molestan a los mejores hombres, pero si estos no son albergados, si se los rechaza como odiosos, el alma no se contamina.
Elevando el alma a Dios mediante la oración sincera podemos cerrar la entrada a toda imaginación impura y a todo pensamiento impuro.
Cuando esté tentada a pensar de manera insensible, a sospechar o encontrar defectos, eliminaré esas ideas de mi corazón rápidamente, porque el templo del alma estará siendo deshonrado y contaminado por Satanás.