Una luz preciosa ha de resplandecer de la Palabra de Dios, y no se atreva nadie a decir qué cosa debe o qué cosa no debe ser expuesta al pueblo en los mensajes de iluminación que él envíe, apagando así el Espíritu de Dios. Cualquiera que sea su puesto de autoridad, nadie 30 tiene derecho de impedir que la luz llegue al pueblo.
No hay seguridad para nuestros hermanos dirigentes mientras avancen según sus propios impulsos. No estarán unidos con Cristo, y no obrarán en armonía con él. No podrán ver ni comprender las necesidades de la causa y Satanás los inducirá a asumir actitudes que estorbarán y molestarán.