Las vicisitudes de los hijos de Israel y su actitud justamente antes de la primera venida de Cristo me han sido presentadas vez tras vez para ilustrar la posición del pueblo de Dios en su experiencia antes de la segunda venida de Cristo.
En su Palabra, el Señor declara lo que hubiese hecho por Israel si éste hubiera obedecido su voz. Pero los líderes del pueblo cedieron a las tentaciones de Satanás y Dios no pudo darles las bendiciones que pensaba proporcionarles, porque ellos no obedecieron su voz, sino que escucharon la voz y siguieron el plan de acción de Lucifer. Esta experiencia se volverá a repetir en los últimos años de la historia del pueblo de Dios que él estableció por su gracia y poder. En las escenas finales de la historia de esta tierra, hombres a quienes Dios ha honrado grandemente imitarán al antiguo Israel, porque están convirtiendo la verdad de Dios en falsedad. Y Lucifer traerá muchas herejías que engañarán, si es posible, aún a los escogidos… Recuerde que la historia se volverá a repetir. El pueblo de Dios volverá a enfrentar en forma más intensa los peligros que enfrentó en el pasado. Satanás ha ejercido su influencia sobre los hombres a quienes Dios había honrado por encima de todas las inteligencias humanas…
Los fallos y errores del antiguo Israel no son tan graves a la vista de Dios como los pecados del pueblo de Dios de esta época. La luz se ha ido incrementando de época en época, y las generaciones subsiguientes tienen el ejemplo de las generaciones precedentes.
Vuestros acuerdos con los que no creen ha provocado el desagrado del Señor. (…) Vuestra negligencia en seguir la luz os colocará en una posición más desfavorable que los judíos sobre los cuales Jesús pronunció una maldición.
La desolación de Jerusalén (por los babilonios) es una solemne advertencia para los ojos del moderno Israel.
En la más reciente visión que me fue dada, el 10 de diciembre de 1871, se me mostró la condición del pueblo de Dios. No está despierto ni muestra su fe por sus obras. Se me señaló al Israel de antaño. Ellos recibieron mucha luz y grandes privilegios, sin embargo, no vivieron conforme a la luz, ni apreciaron sus privilegios, y su luz se tornó en tinieblas, y anduvieron a la luz de sus propios ojos, en vez del consejo de Dios. En estos últimos días, el pueblo de Dios está siguiendo el ejemplo del Israel de antaño. Carta 1a, 1872, p. 1 (Al Hermano Lay, 11 de enero de 1872.)
Así sucede todavía. Pasan inadvertidos para los dirigentes religiosos y para los que adoran en la casa de Dios, acontecimientos en los cuales se concentra la atención de todo el cielo.
¿No se repite el caso hoy? ¿No hay muchos, aun entre los dirigentes religiosos, que están endureciendo su corazón contra el Espíritu Santo, incapacitándose así para reconocer la voz de Dios?
Así como la luz y la vida de los hombres fue rechazada por las autoridades eclesiásticas en los días de Cristo, ha sido rechazada en toda generación sucesiva… En nuestros días, pocos de los que profesan seguir a los reformadores están movidos por su espíritu. Pocos escuchan la voz de Dios y están listos para aceptar la verdad en cualquier forma que se les presente. Con frecuencia, los que siguen los pasos de los reformadores están obligados a apartarse de las iglesias que aman, para proclamar la clara enseñanza de la palabra de Dios. Y muchas veces, los que buscan la luz se ven obligados por la misma enseñanza a abandonar la iglesia de sus padres para poder obedecer.
A fin de ser honrados por el Cielo, debían sacrificar la honra de los hombres. Si obedecían a las palabras de este nuevo rabino, debían ir contra las opiniones de los grandes pensadores y maestros de aquel tiempo. La verdad era impopular en el tiempo de Cristo. Es impopular en el nuestro
En los días de Cristo, los dirigentes y maestros de Israel no podían resistir la obra de Satanás. Estaban descuidando el único medio por el cual podrían haber resistido a los malos espíritus. Fue por la Palabra de Dios como Cristo venció al maligno. Los dirigentes de Israel profesaban exponer la Palabra de Dios, pero la habían estudiado sólo para sostener sus tradiciones e imponer sus observancias humanas. Por su interpretación, le hacían expresar sentidos que Dios no le había dado. Sus explicaciones místicas hacían confuso lo que él había hecho claro. Discutían insignificantes detalles técnicos, y negaban prácticamente las verdades más esenciales. Así se propalaba la incredulidad. La Palabra de Dios era despojada de su poder, y los malos espíritus realizaban su voluntad. La historia se repite. Con la Biblia abierta delante de sí y profesando reverenciar sus enseñanzas, muchos de los dirigentes religiosos de nuestro tiempo están destruyendo la fe en ella como Palabra de Dios. Se ocupan en disecarla y dan más autoridad a sus propias opiniones que a las frases más claras de esa Palabra de Dios, que pierde en sus manos su poder regenerador. Esta es la razón por la cual la incredulidad se desborda y la iniquidad abunda.