Hermanos, tratad a los hombres como hombres, no como sirvientes a los cuales podéis dar órdenes según os parezca. El que da rienda suelta a un espíritu áspero y despótico, haría bien en convertirse en pastor de ovejas, como Moisés, para aprender lo que significa ser un verdadero pastor.
Los que han sido puestos por Dios en cargos de responsabilidad, nunca deben tratar de exaltarse a si mismos o atraer la atención de los hombres a su obra. (…) No deben buscar poder para dominar la heredad de Dios, pues sólo harán esto los que están bajo el dominio de Satanás.
El poder despótico.
No debe ejercerse un espíritu autoritario, ni siquiera por parte del presidente de la asociación, porque el cargo no convierte a un hombre en un ser infalible.
No debemos seguir nuestro propio juicio sin tomar en cuenta las opiniones y los sentimientos de nuestros hermanos, porque este proceder conducirá al desorden en la iglesia.
La Palabra de Dios no da licencia a ningún hombre para oponer su juicio al de la iglesia, ni le permite insistir en sus opiniones contrarias a las de la misma.
En las consultas para hacer progresar la obra, ningún hombre ha de ser la fuerza dominante, la voz del conjunto. Los métodos y los planes propuestos deben considerarse cuidadosamente, a fin de que todos los hermanos puedan pesar sus méritos relativos y decidir cual debe seguirse.
Se presentan asuntos de grave importancia para que los decida la iglesia. Los ministros de Dios, ordenados por él como guías de su pueblo, deben, después de hacer su parte, someter todo asunto a la iglesia, para que haya unidad en la decisión tomada.
No deberíamos sentirnos inclinados a censurar, y a ejercer autoridad arbitraria obligando a los demás a aceptar nuestras ideas.
El ministro no debe regir autoritariamente sobre el rebaño confiado a su cuidado, sino ser su ejemplo, y mostrarles el cariño del cielo. (…) Dios responsabiliza al ministro por el poder que ejerce, pero no justifica a los siervos que pervierten ese poder en despotismo para con el rebaño encomendado a su cuidado.
Cualquier hombre, ya sea ministro o laico, que procura forzar o regir la razón de cualquier otro hombre, se convierte en un instrumento de Satanás para hacer su obra, y lleva la marca de Caín ante la vista del universo celestial.
La organización sencilla y el orden en la iglesia están establecidos en las Escrituras en el Nuevo Testamento, y el Señor ha ordenado estas para la unidad y la perfección de la iglesia. El hombre que ocupa la dirección en la iglesia debiera ser un líder, un guía, consejero y ayudador a la hora de llevar las cargas del trabajo. El debiera liderar a la hora de ofrecer agradecimientos a Dios. Pero no ha sido elegido para regir y dominar los obreros del Señor. El Señor está sobre su herencia. El dirigirá a su pueblo si se dejan dirigir por Él en vez de asumir el poder que Dios no les ha dado.
Los esfuerzos hechos aquí para cerrar cada rayo de luz y verdad que no están de acuerdo con las opiniones de algunos líderes son muy irrazonables. ¿Son estos hombres infalibles? ¿Los ha colocado Dios como jueces supremos de cómo la luz debiera llegar a su pueblo? Respondo, no.
En 1903 escribí al presidente de una Asociación lo siguiente: ‘Por medio de un agente, Cristo Jesús, Dios ha ligado misteriosamente entre sí a todos los hombres. A cada hombre se le ha asignado una línea de servicio especial, y deberíamos ser rápidos en comprender que nuestro deber es cuidarnos de no dejar la obra que nos corresponde e interferir con otros agentes humanos que realizan una obra diferente a la nuestra. A nadie se le ha dado la tarea de interferir en la obra de alguno de sus compañeros, tratando de tomarla en sus manos, porque al manipularla podría perjudicarla. Dios ha dado a cada uno una tarea diferente a la del otro”.