Abraham abandonó su país, su hogar, sus parientes y todas las gratas compañías de la primera parte de su vida, para hacerse peregrino y advenedizo en la tierra. Con frecuencia, es más esencial de lo que muchos creen que las relaciones sostenidas en la primera parte de la vida queden rotas, a fin de que aquellos que han de hablar “en nombre de Cristo” (2ª Cor. 5:20) estén en situación de poder ser educados por Dios y prepararse para su gran obra. A menudo los parientes y amigos tienen una influencia que, a la vista e Dios, estorbaría grandemente las instrucciones que él se propone dar a sus siervos. (…) Antes que Dios pudiese usarlo, Abraham debía separarse de sus asociados anteriores, a fin de no ser dominado por la influencia humana, y dejar de confiar en la ayuda humana…
No fue una prueba ligera la que soportó Abrahán, ni tampoco era pequeño el sacrificio que se requirió de él. Había fuertes vínculos que le ataban a su tierra, a sus parientes y a su hogar. Pero no vaciló en obedecer al llamamiento. Nada preguntó en cuanto a la tierra prometida. No averiguó si era feraz y de clima saludable, si los campos ofrecían paisajes agradables, o sí habría oportunidad para acumular riquezas. Dios había hablado, y su siervo debía obedecer; el lugar más feliz de la tierra para él era dónde Dios quería que estuviese. Muchos continúan siendo probados como lo fue Abrahán. (…)Dios tiene una obra para ellos; pero una vida fácil y la influencia de las amistades y los parientes impediría el desarrollo de los rasgos esenciales para su realización. Los llama para que se aparten de las influencias y los auxilios humanos, y les hace sentir la necesidad de su ayuda, y de depender sólo de Dios, para que él mismo pueda revelarse a ellos. ¿Quién está listo para renunciar a los planes que ha abrigado y a las relaciones familiares en cuanto le llame la Providencia?
Abraham confió en Cristo para obtener el perdón de sus pecados. Fue esta fe la que se le contó como justicia.