Guerra

Me fue mostrado que el pueblo de Dios, que es su peculiar tesoro, no puede mezclarse en esta perpleja guerra, porque está en oposición a todos los principios de su fe. En el ejército no pueden obedecer la verdad y al mismo tiempo obedecer las órdenes de sus oficiales. Sería una continua violación de conciencia. Los hombres mundanos están regidos por principios mundanos. No pueden apreciar ningún otro. El modo de hacer del mundo y la opinión pública compromete el principio de acción que les gobierna y que les lleva a poner en práctica el buen hacer. Pero el pueblo de Dios no puede ser dirigido por estos motivos. Las palabras y los mandamientos de Dios, escritos en la mente, son espíritu y vida, y hay poder en ellos para poner en sujeción y en acción la obediencia. Los diez preceptos de Jehová son el fundamento de toda justicia y de las leyes justas. Aquellos que aman los mandamientos de Dios se ceñirán a toda buena ley del mundo. Pero si los requerimientos de los dignatarios se colocan en conflicto con las leyes de Dios, la única pregunta que debemos hacernos es: ¿Obedeceremos a Dios o a los hombres?

Testimonios, Tomo 1, 322

(Se cita Romanos 13:1) Cuando las leyes de los gobernantes terrenales se opongan a las leyes del Gobernante supremo del universo, entonces los que serán fieles serán los que sean súbditos leales a Dios.

Testimonios, Tomo 2, 32

(David ordenó a Joab colocar a Uría al frente de la batalla y abandonarlo.) El poder de David le había sido dado por Dios, pero para que lo ejercitara solamente en armonía con la ley divina. Cuando ordenó algo que era contrario a la ley de Dios, el obedecerle se hizo pecado. “Las (potestades) que son, de Dios son ordenadas.” (Romanos 13:1), pero no debemos obedecerlas en contradicción a la ley de Dios.

Patriarcas y Profetas, 778

Hay una gran guerra en cada alma entre el príncipe de las tinieblas y el Príncipe de la vida.

Review and Herald, 19-7-1852; 2 CBA 988

“Nadie tiene derecho a descansar de la guerra…No hay descanso para el cristiano vivo antes de llegar al mundo eterno.”

Joyas Testimonios, Tomo 2, 238