Todas las profecías apuntan y se cumplen en el libro del Apocalipsis. Si estudiamos la Biblia con esto en mente, encontraremos que la palabra de Dios es verdad presente sea cual sea el libro que estudiemos. El caso libro de Zacarías es un ejemplo de ello. Su mensaje es incluso más actual hoy que en el tiempo cuando se escribió.
La nación de Israel había sido arrasada, y el templo de Salomón destruido. La obra de intercesión de Jehová por sus hijos había terminado, y la desolación y desesperación se apoderaron de los israelitas. Durante muchos años habían estado pecando abiertamente contra Dios, y resistiendo sus llamados al arrepentimiento por medio de sus profetas. Pero ellos prefirieron seguir viviendo según su voluntad. Sólo cuando Dios permitió que su pueblo fuera humillado hasta el polvo, por medio de los babilonios, fue que un grupo de personas se arrepintió de sus pecados y del pecado del pueblo.
En el capítulo tres de Zacarías se nos presenta a Josué el sumo sacerdote “delante de Jehová” y “vestido de vestiduras viles.” No se nos dice porqué se ordena que se le coloque una túnica. Si queremos entender el significado de esta escena tenemos que ir a el ritual de la consagración de Aarón y su hijos antes de que pudieran comenzar a oficiar en el tabernáculo del desierto.
En esta ceremonia, explicada en Éxodo 28-29, y Levítico 8, se nos detalla el ritual que Dios indicó a Moisés por el que el sumo sacerdote y sus hijos tenían que pasar. Se nos dice que Moisés lavó a Aarón y a sus hijos con agua y sólo entonces puso sobre ellos una túnica. (Lev.8:6,7,13.) Además, a los sacerdotes se les tenían que poner una mitra, ser ungidos con aceite, y se tenían que ofrecer un becerro de expiación, un carnero del holocausto, y un carnero de las consagraciones.
No debían lavarse a sí mismos, porque la pureza que Dios exigía de ellos no era algo que ellos mismos pudieran proporcionar. Otra persona debía lavarlos. Aarón no podía limpiarse a sí mismo del pecado. Alguien debía hacerlo por él. Esto es más que un baño común; es una limpieza espiritual. No se permitió a Aarón vestirse a sí mismo, ni ponerse la mitra él mismo. Nada de lo que él pudiese hacer sería aceptable ante Dios. Debía aprender la lección de una completa dependencia. Era Dios el que le estaba preparando para el servicio; quien le estaba vistiendo con la justicia divina.
En la consagración de Aarón y sus hijos como representantes de Dios se nos presenta una obra de purificación, santificación y expiación. Esta obra debía hacerse en ellos mismos antes de interceder por el pueblo.
Por eso se nos dice en Isaías 52:11: “Apartaos, apartaos, no toquéis cosa inmunda (…) purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová.” En esta ceremonia se cumplían las palabras del salmista: “Tus sacerdotes se vistan de justicia, y se regocijen tus santos.” (Sal.132:9)
La función del sacerdote era la intercesión de los pecados del pueblo, pero no podían hacer intercesión por nadie si primero no era él mismo purificado. Hoy también, la función de los pastores es hacer entender a las personas que necesitan a Jesús para interceder por sus pecados. Pero primero ellos mismos tienen que reconocer sus errores y ser purificados. Si decimos hoy que no hay pecado entre nosotros y que todo está bien, el pastor deja de cumplir su función principal.
Después de conocer el ritual de iniciación de Aarón y sus hijos podemos entender mejor lo que ocurre con Josué en el libro de Zacarías. En el capítulo tres se nos dice que Josué estaba vestido de “vestiduras viles” pero que el ángel da la orden de quitarle esas vestiduras y colocarle ropas de gala. Eso es evidencia de que había un espíritu de arrepentimiento en Josué. En caso contrario, no se habría ordenado que se le quitaran sus vestiduras para ponerle otras. Al igual que en el caso de Aarón y sus hijos, Josué es un sujeto pasivo: no puede quitarse sus vestiduras, ni ponerse otras.
Por otro lado la mitra que se ponía en el sumo sacerdote llevaba una inscripción que decía: “Santidad a Jehová.” Y cuando se habla del sumo sacerdote Josué se dice de él que cuando se le puso la mitra en su cabeza: “significaba que a pesar de sus antiguas transgresiones, estaba ahora capacitado para servir delante de Dios en el Santuario.” (PR, 429) Sólo cuando el sacerdote es santo puede cumplir su misión.
Zacarías fue el primer Sumo Sacerdote de Israel tras el exilio en Babilonia y en él está representada la misma actitud que tuvieron Daniel, Esdras o Nehemías al reconocer su propio pecado y el pecado del pueblo de Dios que había provocado la destrucción de la nación.
Josué es un sacerdote según la voluntad de Dios, pero el resto entran dentro de otra categoría. En el libro de Zacarías se describe a un grupo de sacerdotes que no pasan por el proceso del arrepentimiento y eso les convierte en pastores que para Dios son “inútiles”. A pesar de que puedan tener conocimientos teológicos, no le sirven a Dios. Este tipo de pastor “no visitará las perdidas, ni buscará la pequeña, ni curará la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas.” (11:16) El pastor que de esa forma “abandona el ganado” es un “pastor inútil” para Dios. (11:17) Es por eso que: “El pueblo vaga como un rebaño y sufre porque no tiene pastor.” (10:2)
Peor aún, la Biblia describe a aquellos sacerdotes que no solo son simples asalariados sino que: “matan sus ovejas y no tienen piedad de ellas” (10:5), tratan a las personas como “ovejas de la matanza” (10:7). Así que los pastores que no son sacerdotes como Josué y no han pasado por la purificación, terminan convirtiéndose en lobos. Por eso se habla de “aullido de pastores.” (11:3) y dice Jehová: “Contra los pastores se ha encendido mi enojo, castigaré a los jefes.” (10:3)
Igual que en aquel tiempo, Jesús nos apercibió diciendo: “Yo os envío como a ovejas en medio de lobos.” (Mateo 10:16) Él estaba hablando de lobos dentro de Israel, por lo que también hoy tenemos que guardarnos de los lobos.
Por haber sido “ciegos” a la verdad y “perros mudos” (Isa.56:10) que no avisaron del peligro, Jehová “viene a herir al pastor” (13:7) ¿Cómo va a hacerlo? Los destruirá con el resplandor de su venida. (2ªTes.2:8) “Sus ojos se desharán en su órbitas y su lengua en su boca.” (Zac.14:12)
Esto es lo que ocurrirá con todos los asalariados y los lobos cuando Jesús vuelva por segunda vez:
“Los falsos pastores habían sido el objeto especial de la ira de Jehová. Aun estando en pie se habían consumido sus ojos en sus órbitas y su lengua en su boca.”
Resulta interesante que el libro de Zacarías tenga algunas coincidencias con el libro de Apocalipsis. Entre todas ellas, quizá la más interesante es la del capítulo tres de Zacarías, que también coincide con el capítulo tres de Apocalipsis. En esos dos capítulos se nos presentan dos circunstancias muy similares.
“La visión se aplica con fuerza especial a la experiencia del pueblo de Dios durante las escenas finales del gran día de expiación. (…) Ningún pecado puede tolerarse en aquellos que andarán con Cristo en ropas blancas. Las vestiduras sucias han de ser sacadas, y ha de ponerse sobre nosotros el manto de justicia de Cristo. (…) La iglesia remanente, con corazón quebrantado y fe ferviente, suplicará perdón y liberación por medio de Jesús su abogado.”
“Los hijos de Dios (…) Por el hecho de que se están acercando más a Cristo y sus ojos están fijos en su perfecta pureza, es por lo que disciernen tan claramente el carácter excesivamente pecaminoso del pecado.”
Algunos escucharán al llamado de arrepentimiento, pero otros se resistirán a él. Sólo los que respondan recibirán la recompensa:
“(se cita Apocalipsis 3:21) La recompensa no se da a todos los que profesan seguir a Cristo, sino a los que vencen como el venció.”
¿Cómo y qué es lo que venció Él?
“Si con paciencia y resolución, en el nombre del Vencedor que obtuvo la victoria en nuestro favor en la tentación y en el desierto, vencemos como él venció, obtendremos la recompensa eterna.”
En el Apocalipsis se describe la obra que Dios hace para convertir a una persona en sacerdote:
“Jesucristo nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre.”
En incontables ocasiones he escuchado decir que en Cristo todos hemos sido hechos sacerdotes para Dios. Esto es cierto porque la Palabra de Dios lo dice así. (1ªPed.2:9) Una persona no se convierte en sacerdote de Dios por el mero hecho de estudiar teología. Es Dios el que transforma a los hombres en sacerdotes. Todos los que han nacido de Dios son “real sacerdocio.” La única diferencia es que unos cobran y otros no. El problema es que luego actuamos de forma diferente: Consideramos a los pastores al estilo judío, les otorgamos una preeminencia sobre los miembros; los tratamos mejor que al resto, y todo esto es “acepción de personas… y es pecado.” (Stg.2:9) De esa forma estamos negando el sacerdocio universal, creando una casta, y estableciendo un sacerdocio al estilo de Roma que nada tiene que ver con la voluntad de Dios. Si tú tratas a un pastor mejor de lo que tratas a un miembro común estás haciendo “acepción de personas” e idolatrando la figura del pastor.
Hoy, más que nunca, hacen falta sacerdotes como Josué que reconozcan sus pecados y se arrepientan para que puedan llevar a otros al reavivamiento. Que reciban el don del arrepentimiento, y que no se resistan a la acción del Espíritu Santo.
“En el tiempo del fin, los hijos de Dios (…) con tristeza indecible y penitencia se humillarán delante del Señor. (…) Mientras el pueblo aflige su alma delante de él suplicando pureza de corazón, se da la orden: `Quitadle esas vestiduras viles´, y se pronuncian las alentadoras palabras: “Mira que he hecho pasar tu pecado de ti, y te he hecho vestir de ropa de gala.”
Esto quiere decir que Dios sólo va a quitar el pecado de aquellas personas que reconozcan su pecado. Dios va a hacer una obra con aquellos que se arrepienten de sus pecados, pero no va a hacer ninguna obra de purificación con quienes no vean ningún pecado en sus vidas. Sólo los que han experimentado el verdadero arrepentimiento están capacitados para servir a Dios.
Por este motivo, es más difícil que se produzca un reavivamiento y una reforma si los pastores no se reavivan primero.
En cierta ocasión Jesús dijo a un grupo de judíos: “Si no os arrepentís, todos pereceréis.” (Lc.13:3,5)
Lo primero que podemos pensar al leer este texto es que Jesús nos está pidiendo que cuando cometemos un error estamos en el deber de arrepentirnos. Pero sus palabras van más allá y el tiempo verbal indica “una sensibilidad permanente hacia el arrepentimiento o perseverar en él.”
¿Alguna vez escuchaste esta idea de “perseverar en el arrepentimiento”? Sería bueno que empecemos a tener en cuenta este concepto ya que lo que Jesús vino a decir es: “Si nos perseveráis en una actitud de arrepentimiento, todos moriréis.” No se trata de una penitencia permanente, sino de una actitud constante de humildad para reconocer la debilidad y el pecado propio.
Este es el espíritu que debieran tener los cristianos y sus sacerdotes. Si estos se han consagrado a Dios y arrepentido de sus pecados trabajarán y predicarán con el deseo de que otros tengan esa misma experiencia.
El plan que Dios tenía para el antiguo Israel era que todas las naciones conocieran a Jehová. Pero su pueblo fue llevado cautivo a Babilonia por su pecado, y no tenían opción alguna de cumplir con esa misión que Dios les había dado. Hoy Dios está esperando un remanente que la cumpla.
El mensaje de reprensión del Testigo Fiel tiene como objetivo preparar ese pueblo. Este mensaje será aceptado por unos, y rechazado por otros. Aquellos que lo acepten serán los que formen el último remanente. Debemos pedir “a Jehová lluvia en la estación tardía.” (10:1) para que nos habilite para la obra purificadora de nuestro carácter, y para dar a conocer su carácter a todas las naciones:
“Meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo lo oiré, y diré: “Pueblo mío.”
El pueblo de Dios en el tiempo del fin tiene que pasar por un proceso antes de ser rescatado y glorificado. Así como el libro de Zacarías presenta una obra de: 1) Arrepentimiento y confesión. 2) Justificación imputada. 3) Santificación, y 4) Purificación, el remanente de Dios tendrá que ser purificado por fuego para ser considerado “Pueblo de Dios”. Sólo los que hayan pasado por este proceso serán salvos; El resto será dejado. Y justo antes del cierre del tiempo de gracia:
“El remanente despreciado queda vestido de gloriosos atavíos, que nunca han de ser ya contaminados por las corrupciones del mundo. (…) Sus pecados han sido transferidos al originador de ellos.”
Es entonces cuando el último remanente recibe el sello de Dios.
Es mi deseo que cuando llegue ese momento te encuentres viviendo la misma experiencia de Josué. Que seas de aquellos que clames a Dios para que haga una obra de purificación completa en tu vida de tal forma que nunca más seas contaminado por el pecado y puedas cumplir su plan haciendo que toda la tierra sea alumbrada con su gloria.
Amén.
Juan Torrontegui