El Padre es toda la plenitud de la Divinidad corporalmente, y es invisible para los ojos mortales. El Hijo es toda plenitud de la Divinidad manifestada. (…) El Consolador que Cristo prometió enviar después de ascender al cielo, es el Espíritu en toda la plenitud de la Divinidad, poniendo de manifiesto el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él como un Salvador personal. Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo.
Los eternos dignatarios celestiales -Dios, Cristo y el Espíritu Santo- armándolos [a los discípulos] con algo más que una mera energía mortal. . . avanzaron con ellos para llevar a cabo la obra y convencer de pecado al mundo
Necesitamos comprender que el Espíritu Santo, es una persona así como Dios es persona.(…) El Espíritu Santo es una persona, porque testifica en nuestros espíritus que somos hijos de Dios. (…) El Espíritu Santo tiene una personalidad, de lo contrario no podría dar testimonio a nuestros espíritus y con nuestros espíritus de que somos hijos de Dios.
El príncipe del poder del mal puede ser mantenido en jaque únicamente por el poder de Dios en la tercera persona de la Divinidad, el Espíritu Santo. Debemos cooperar con los tres poderes más elevados del cielo: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y estos poderes trabajarán mediante nosotros convirtiéndonos en obreros juntamente con Dios.
En toda ocasión y lugar, en todas las tristezas y aflicciones, cuando la perspectiva parece sombría y el futuro nos deja perplejos y nos sentimos impotentes y solos, se envía el Consolador en respuesta a la oración de fe. Las circunstancias pueden separarnos de todo amigo terrenal, pero ninguna circunstancia ni distancia puede separarnos del Consolador celestial. Dondequiera que estemos, dondequiera que vayamos, está siempre a nuestra diestra para apoyarnos, sostenernos y animarnos.
El refrigerio de Dios viene solamente sobre aquellos que se han preparado haciendo la obra que Dios les ha ordenado, a saber, limpiarse de toda contaminación de la carne y espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.
Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante la confesión, la humillación, el arrepentimiento y la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición.
Cuando el pecador cede a la influencia del Espíritu Santo, ve su propia culpabilidad y contaminación en contraste con la santidad del gran Escudriñador de los corazones. Se ve condenado como transgresor.
Tenemos que vaciar el templo del alma de toda contaminación, y permitir que el Espíritu de Dios tome completa posesión del corazón, para que el carácter pueda ser transformado.
"El Salvador en nosotros es revelado por palabras. Pero el Espíritu Santo no habita en el corazón de aquel que es obstinado si otros no concuerdan con sus ideas y planes. De los labios de tal persona vienen observaciones severas que entristecen el Espíritu y desarrollan atributos que son satánicos, en vez de divinos".
El gran derramamiento del Espíritu de Dios que ha de alumbrar toda la tierra con su gloria no sobrevendrá hasta que tengamos un pueblo esclarecido que sepa por experiencia lo que significa ser colaboradores juntamente con Dios. Cuando tengamos una consagración completa y sincera al servicio de Cristo, Dios reconocerá el hecho derramando su Espíritu sin medida; pero esto no ocurrirá mientras la parte más grande de la iglesia no trabaja juntamente con Dios. Dios no puede derramar su Espíritu cuando el egoísmo y la complacencia propia se manifiestan en forma tan notoria, cuando prevalece un espíritu que, si se lo tradujera en palabras, constituiría la respuesta de Caín: "¿Soy yo guarda de mi hermano?"-RH, julio 21, 1896.
Podemos recibir la luz del cielo sólo en la medida que estemos dispuestos a ser vaciados del yo…y para todos los que lo hagan, el Espíritu Santo es dado sin medida.”
El transcurso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de despedida de Cristo de enviar el Espíritu Santo como su representante. No es por causa de alguna restricción de parte de Dios por lo que las riquezas de su gracia no fluyen a los hombres sobre la tierra. Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenados del Espíritu. Dondequiera la necesidad del Espíritu Santo sea un asunto en el cual se piense poco, se ve sequía espiritual, oscuridad espiritual, decadencia y muerte espiritual.
Es imposible conceder el Espíritu Santo a los hombres que están cristalizados en sus ideas, cuyas doctrinas están estereotipadas e inmutables, que caminan de acuerdo con las tradiciones y mandamientos de los hombres, como hicieron los judíos en el tiempo de Cristo.
El Espíritu Santo no mora en el corazón del que se fastidia cuando otros no están de acuerdo con sus ideas y sus planes.
El descenso del Espíritu Santo sobre la iglesia es esperado como si se tratara de un asunto del futuro: pero es el privilegio de la iglesia tenerlo ahora mismo. Buscadlo, orad por él, creed en él. Debemos tenerlo y el cielo está esperando concederlo.
Sólo mediante la confesión y el abandono del pecado, la oración ferviente y la consagración a Dios, los discípulos pudieron estar preparados para el derramamiento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
Ese poder que únicamente viene en res¬puesta a la oración hará sabios a los hombres en la sabiduría del cielo y los capacitará para trabajar en la unidad del Espíritu, unidos con los vínculos de paz
Nadie puede confesar verdaderamente a Cristo a menos que posea el ánimo y el espíritu de Cristo…El fruto del Espíritu manifestado en la vida, es una confesión de Cristo.
El corazón renovado por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu.
Sólo aquellos que estén viviendo conforme a la luz que tienen recibirán una luz mayor. A menos que estemos avanzando diariamente en la ejemplificación de las virtudes activas cristianas, no reconoceremos la manifestación del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá derramarse en los corazones de los que nos rodean, pero no lo discerniremos ni recibiremos
La negación del yo, el sacrificio propio, la benevolencia, la amabilidad, el amor, la paciencia, la fortaleza, y la confianza cristiana son los frutos diarios que llevan aquellos que están verdaderamente conectados con Dios. Cada día, ellos ganarán autocontrol, hasta que aquel que no tiene amor y no se parece a Jesús sea conquistado.
El Espíritu Santo hizo por los discípulos lo que ellos no hubieran podido llevar a cabo en toda su vida.
Podemos recibir la luz del cielo sólo mientras estemos dispuestos a vaciarnos del yo. Podemos discernir el carácter de Dios, y aceptar a Cristo por la fe, sólo al consentir sujetar todo pensamiento a la voluntad de Cristo. A todos los que hagan esto, el Espíritu Santo les será dado sin medida.
El arrepentimiento del pecado es el primer fruto de la actuación del Espíritu Santo en la vida.
Cristo (...) diariamente recibía un nuevo bautismo del Espíritu Santo.
No es la cantidad de trabajo que se realiza o los resultados visibles, sino el espíritu con el cual la obra se efectúa lo que le da valor a Dios.
Cada obrero debería elevar su petición a Dios por el bautismo diario del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo quita los afectos de las cosas de esta tierra, y llena el alma con un deseo de santidad.
El Espíritu Santo debe ser constantemente impartido al hombre, o no tendrá voluntad para contender contra los poderes de las tinieblas.
Debemos ser dominados diariamente por el Espíritu de Dios o seremos dominados por Satanás.
Es sólo por medio de una unión personal con Cristo, de una comunión diaria, a cada hora con él, que podemos llevar los frutos del Espíritu Santo. (…) Conocer la verdad, decir que hay unión con Cristo, y luego no llevar fruto, no vivir en un ejercicio constante de la fe, endurece el corazón en la desobediencia y la confianza en sí mismo.
Orad para que las poderosas energías del Espíritu Santo, con todo su poder vivificador, recuperador y transformador, caigan como un choque eléctrico sobre el alma paralizada, haciendo pulsar cada nervio con nueva vida, restaurando todo el hombre, de su condición muerta, terrenal y sensual a una sanidad espiritual. Así llegaréis a ser participantes de la naturaleza divina. . . y en vuestras almas se reflejará la imagen de Aquel por cuyas heridas somos sanados.
Podemos haber recibido cierta medida del Espíritu de Dios, pero mediante la oración y la fe debemos de tratar de obtener una porción más abundante.
El Espíritu Santo no adula a ningún hombre.
Necesitamos que el Espíritu de Dios esté dentro de nosotros para alcanzar el cielo.
Cristo prometió que el Espíritu Santo habitaría en aquellos que luchasen para obtener la victoria sobre el pecado.
Todo lo que hay de bueno en hombres y mujeres es el fruto de la obra del Espíritu Santo.
Ruego a los miembros de cada iglesia que busquen ahora la mayor bendición que el Cielo puede otorgar, el Espíritu Santo. Si buscan con fe una medida mayor del Espíritu de Dios, estarán constantemente recibiéndola y comunicándola.
Al acercamos al fin del tiempo, la falsedad estará tan mezclada con la verdad, que sólo aquellos que son guiados por el Espíritu Santo podrán distinguir la verdad del error.
El pecado puede ser resistido y vencido únicamente por la intervención poderosa de la tercera persona de la Deidad, que no vendría con una energía modificada, sino en la plenitud del poder divino. El Espíritu es el que hace efectivo lo que logró el Redentor del mundo. (…) Cristo nos dio el divino poder de su Espíritu para que podamos vencer las tendencias al mal, sean heredades o cultivadas, y para imprimir en la iglesia su propio carácter.
Sólo por el Consolador, el Espíritu Santo, que Jesús prometió enviar al mundo, puede producirse la transformación del carácter a la imagen de Cristo; y al lograrse este cambio, como en un espejo reflejaremos la gloria del Señor.
El Espíritu Santo será impartido de acuerdo con la capacidad que cada uno desarrolle para recibirlo, y para darlo a conocer a otros.
Debo tener el Espíritu de Dios en mi corazón. Nunca puedo salir a hacer la gran obra de Dios a menos que el Espíritu Santo descanse sobre mi ser.
No podemos utilizar al Espíritu Santo. (…) Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Se desechan los pensamientos pecaminosos y se renuncia a las malas acciones; el amor, la humildad y la paz ocupan el lugar de la ira, la envidia y las rencillas. La tristeza es desplazada por la alegría, y el semblante refleja el gozo del cielo. (…) Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios.
Podemos haber tenido una medida del Espíritu de Dios, pero por la oración y la fe debemos buscar continuamente más del Espíritu.
En la actualidad, cada miembro de iglesia ha de hacer lo mismo que realizaron los apóstoles. Y tenemos que trabajar con tanto o más fervor, para ser bendecidos con una mayor medida del Espíritu Santo, puesto que el crecimiento de la maldad requiere un llamado más decidido al arrepentimiento.
El Espíritu Santo siempre mora con los que buscan la perfección del carácter cristiano.
Al acercamos al fin del tiempo, la falsedad estará tan mezclada con la verdad, que sólo aquellos que son guiados por el Espíritu Santo podrán distinguir la verdad del error. (…) Los que sean guiados por la Palabra de Dios distinguirán con certeza la diferencia que hay entre la falsedad y la verdad, y entre el pecado y la justicia.
No hay límite para la utilidad del que, poniendo a un lado el yo, permita que se realice la obra del Espíritu Santo en su corazón y viva totalmente consagrado a Dios.
El Espíritu de Dios mantiene el mal bajo el dominio de la conciencia.
Cristo (…) ha hecho provisión para que el Espíritu Santo sea impartido a toda alma arrepentida, para guardarla de pecar.
El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino.
Es el Espíritu Santo el que convence de pecado, y con el consentimiento del ser humano, lo expele del corazón.
La medida del Espíritu Santo que recibamos estará en proporción a la medida de nuestro deseo de recibirlo y de la fe que ejerzamos para ello, y del uso que hagamos de la luz y el conocimiento que nos de.
Antes que los juicios de Dios caigan finalmente sobre la tierra, habrá entre el pueblo del Señor un avivamiento de la piedad primitiva, cual no se ha visto nunca desde los tiempos apostólicos.
El pecado ocasiona enfermedad física y espiritual. Cristo ha hecho posible para nosotros que nos libremos de esta maldición. El Señor promete renovar el alma por medio de la verdad. El Espíritu Santo habilitará a todo el que esté dispuesto a ser educado para que comunique la verdad con poder. Renovará todo órgano del cuerpo para que los siervos de Dios puedan trabajar aceptable y exitosamente.
El mensaje no será llevado adelante tanto con argumentos como por medio de la convicción profunda inspirada por el Espíritu de Dios. Los argumentos ya fueron presentados. Sembrada está la semilla, y brotará y dará frutos.
Todos los que consagran su alma, cuerpo y espíritu a Dios, recibirán constantemente una nueva medida de fuerzas físicas y mentales. Las inagotables provisiones del Cielo están a su disposición. Cristo les da el aliento de su propio espíritu, la vida de su propia vida. El Espíritu Santo despliega sus más altas energías para obrar en el corazón y la mente. La gracia de Dios amplía y multiplica sus facultades y toda perfección de la naturaleza divina los auxilia en la obra de salvar almas. Por la cooperación con Cristo, son completos en él, y en su debilidad humana son habilitados para hacer las obras de la Omnipotencia.
Únicamente por el poder de Dios en la tercera persona de la Divinidad, el Espíritu Santo, puede ser mantenido en jaque al príncipe del poder del mal.
(En el Concilio de Jerusalén). No todos se sintieron contentos, sin embargo, con esta decisión; hubo una facción de falsos hermanos que pretendieron consagrarse a cierta obra bajo su propia responsabilidad. Se dedicaron a murmurar y a buscar faltas, proponiendo nuevos planes y tratando de derribar la tarea realizada por hombres experimentados a quienes Dios había ordenado para que enseñaran la doctrina de Cristo. La iglesia tuvo que enfrentar tales obstáculos desde el mismo principio, y tendrá que seguir haciéndolo hasta el fin del tiempo.
Hay quienes van de un lado a otro llevando chismes, acusando y condenando, ennegreciendo el carácter y alentando la malicia en los corazones. Llevan informes falsos a las puertas de sus vecinos y éstos, al escuchar la calumnia, pierden el Espíritu de Dios. (…) Este pecado es peor que el de Acán.
Contristamos al Espíritu de Cristo mediante nuestras quejas y murmuraciones. No debiéramos deshonrar a Dios mediante la fúnebre relación de pruebas que nos parecen opresivas. Todas las pruebas aceptadas como medios para perfeccionar nuestros caracteres producirán regocijo. Toda la vida religiosa será elevadora, ennoblecedora, y poseerá la fragancia de las palabras buenas y las buenas obras.
Sólo los que están viviendo a altura de la luz que tienen, recibirán mayor luz. A menos que estemos avanzando diariamente en la práctica de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar derramándose en los corazones en torno de nosotros, pero no la discerniremos ni la recibiremos.
El Espíritu Santo no mora en el corazón del que se enoja, si otros no concuerdan con sus ideas y planes.
Los que tienen su mente centrada en el yo, son autosuficientes. Piensan que no necesitan estudiar la Biblia, y se sienten muy perturbados cuando otros no tienen sus mismas ideas equivocadas e idéntica visión distorsionada. En cambio, los que son guiados por el Espíritu Santo afirman el ancla detrás del velo, donde Jesús entró por nosotros. Investigan en las Escrituras con toda seriedad, y buscan la luz y el conocimiento que puedan guiarlos en medio de las perplejidades y peligros que encuentran a cada paso.
No todo el que habla de Cristo es uno con él. Los que no tienen el Espíritu y la gracia de Jesús no son suyos, no importa lo que profesen.
En las iglesias habrá una maravillosa manifestación del poder de Dios, pero no descenderá sobre los que no se humillen ante el Señor, ni abran la puerta del corazón mediante la confesión y el arrepentimiento
Pueden poseerse erudición, talentos, elocuencia y dotes naturales o adquiridas; pero sin la presencia del Espíritu de Dios ningún corazón será alcanzado, y no se ganará ningún pecador para Cristo.
El esfuerzo de servir a Dios y al diablo al mismo tiempo es lo que deja al cuerpo de Cristo, la feligresía, tan destituido del Espíritu de Dios.
La incredulidad separa a la iglesia de su Auxiliador divino.
El Espíritu Santo es el autor de las escrituras y del Espíritu de Profecía.
Cuando el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Dios, el hecho se manifiesta en la vida. (…) Se notará un cambio en el carácter, en las costumbres y ocupaciones. La diferencia será muy clara e inequívoca entre lo que han sido y lo que son. El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y de los actos en la vida diaria.
Tenemos que luchar con Dios en oración ferviente por el bautismo del Espíritu Santo para que podamos encarar las necesidades de un mundo que perece en el pecado.
Cristo dijo: “Estad en mí, y yo en vosotros. (…) Este no es un contacto puntual, no es una unión que se realiza y luego se corta. (…) El estar en Cristo significa recibir constantemente de su Espíritu, una vida de entrega sin reservas a su servicio. El conducto de comunicación debe mantenerse continuamente abierto entre el hombre y su Dios. (…) Cuando vivamos por la fe en el Hijo de Dios, los frutos del Espíritu se verán en nuestra vida; no faltará uno solo.
La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina que un hombre o una mujer enfermos pueden recibir.
La medida del Espíritu Santo que recibamos estará en proporción a la medida de nuestro deseo de recibirlo y de la fe que ejerzamos para ello, y del uso que hagamos de la luz y el conocimiento que se nos dé.
No se debe considerar el pecado contra el Espíritu Santo como algo misterioso o indefinible; consiste en la negación persistente a aceptar la invitación al arrepentimiento.
El Espíritu de Dios se está apartando de muchos de entre Su pueblo. Muchos han estado en senderos oscuros y secretos, y algunos nunca volverán. Continuarán tropezando hasta su ruina. Han tentado a Dios, han rechazado la luz. Ya han recibido toda la evidencia que había de serles dada y no le han hecho caso. Han elegido las tinieblas antes que la luz y han contaminado sus almas....Se han interpuesto entre la luz enviada del cielo y la gente. Han pisoteado la Palabra de Dios, y están afrentando al Espíritu Santo.
Los que destruyen el efecto de la advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que no vean el carácter y los verdaderos resultados del pecado, a menudo se lisonjean de que en esa forma demuestran su caridad; pero lo que hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu Santo de Dios e impedirla;
Cuando los alumnos del colegio se entregaron a sus juegos de competencia y al fútbol, cuando se dejaron absorber por las diversiones, Satanás aprovecha la oportunidad para introducirse y dejar sin efecto al Espíritu de Dios que quiere moldear y usar a los seres humanos. (…) Es fácil alejar la influencia del Espíritu Santo mediante la pereza, la conversación y el juego.
Cuando vivamos por la fe en el Hijo de Dios, los frutos del Espíritu se verán en nuestra vida; no faltará uno solo. (…) Entonces no habrá crecimiento ni frutos. Puede haber una relación aparente con Cristo, sin verdadera unión con él por la fe. El profesar la religión coloca a los hombres en la iglesia, pero el carácter y la conducta demuestran si están unidos con Cristo. Si no llevan fruto, son pámpanos falsos.
El Espíritu no podrá nunca ser derramado mientras los miembros de la iglesia alberguen divergencias y amarguras los unos hacia los otros. La envidia, los celos, las malas sospechas y las maledicencias son de Satanás, y cierran eficazmente el camino para que el Espíritu Santo no obre.
El ministro (predicador en la traducción al español) que se aventura a enseñar la verdad cuando tiene tan sólo un conocimiento superficial de la Palabra de Dios, entristece al Espíritu Santo.
(En el trato con niños y jóvenes) Usted muestra severidad que agravia al Espíritu Santo y daña en gran medida su alma.
¿Por qué permitimos que chismes, quejas y acusaciones sobre nuestros hermanos y amigos entre en nuestro oídos? (…) Esto agravia el Santo Espíritu de Dios.
En la vida del verdadero cristiano el adorno exterior estará siempre en armonía con la paz y santidad interiores.
Todo el cielo está interesado en su bienestar, y su temor y murmuraciones agravian al Espíritu Santo.
Jesús vino a impartir al alma humana el Espíritu Santo, por medio del cual el amor de Dios es derramado en el corazón, pero es imposible que el Espíritu Santo sea impartido a los hombres que se aferran a sus ideas, cuyas doctrinas son todas estereotipadas e inamovibles, y que están caminando en las tradiciones y los mandamientos de hombres, así como hacían los judíos en tiempos de Cristo.
La naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. Los hombres no pueden explicarla, porque el Señor no se la ha revelado. Los hombres de conceptos fantásticos pueden reunir pasajes de las Escrituras y darles interpretación humana; pero la aceptación de esos conceptos no fortalecerá a la iglesia. En cuanto a estos misterios, demasiado profundos para el entendimiento humano, el silencio es oro.
La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina que un hombre o una mujer enfermos pueden recibir.
Los discípulos de Cristo… habrán de contender con fuerzas sobrenaturales, pero se les asegura una ayuda sobrenatural. Todos los seres celestiales están en este ejército. Y hay más que ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el representante del Capitán de la hueste del Señor, baja a dirigir la batalla.
El espíritu con el cual se hacen las cosas es más importante para Dios que los resultados.
La manifestación más común del pecado contra el Espíritu Santo consiste en despreciar persistentemente la invitación del Cielo a arrepentirse.
Y al empezar el tiempo de angustia, fuimos henchidos del Espíritu Santo, cuando salimos a proclamar más plenamente el sábado.
Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144,000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como le sucedió a Moisés al bajar del Sinaí.
“El Espíritu Santo es el Consolador, en el nombre de Cristo. El personifica a Cristo, sin embargo es una personalidad diferente.”
Cristo nuestro mediador, y el Espíritu Santo, constantemente están intercediendo a favor del hombre; pero el Espíritu no ruega por nosotros como lo hace Cristo, quien presenta su sangre derramada desde la fundación del mundo; el Espíritu actúa sobre nuestros corazones extrayendo oraciones de arrepentimiento, alabanza y agradecimiento.
Únicamente por el poder de Dios en la tercera persona de la Divinidad, el Espíritu Santo puede ser mantenido en jaque al príncipe del poder del mal.
¿Cuál fue la fortaleza de los que en tiempos pasados padecieron persecución por causa de Cristo? Consistió en su unión con Dios, con el Espíritu santo y con Cristo.
“Somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y estos poderes grandes e infinitos se encuentran mancomunadamente comprometidos a trabajar en nuestro favor si tan solamente estamos dispuestos a colaborar con ellos. En el bautismo somos sepultados con Cristo como emblema de su muerte.”
Cuando los cristianos se someten al solemne rito del bautismo, el Señor registra el voto que hacen de serle fieles. Este voto es su juramento de lealtad. Son bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así están unidos con los tres grandes poderes del cielo. Se comprometen a renunciar al mundo para observar las leyes del reino de Dios. Por lo tanto, han de andar en novedad de vida. No han de seguir más las tradiciones de los hombres. No han de seguir por más tiempo métodos deshonestos. Han de obedecer los estatutos del reino del cielo. Han de buscar el honor de Dios. Si son fieles a su voto, serán provistos de gracia y poder que los habilitará para cumplir con toda justicia. "A todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre"
“Hay tres dignatarios celestiales eternos (…) tres poderes más altos en el cielo (…) tres personas vivientes del trío celestial.” Mensajes Selectos, 145, 1901; Special Testimonies,
“Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes-el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo.”
“Nuestra santificación es la obra del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.”
“No podemos rendir supremo amor y honor a Dios si no reconocemos al Espíritu Santo a quien Dios envía. El Espíritu Santo representa a Jesucristo.”
“Aquellos que rechazan el Espíritu de Verdad se colocan a sí mismos bajo el control de un espíritu que es opuesto a la Palabra y a la obra de Dios. Durante algún tiempo pueden continuar enseñando alguna fase de la verdad, pero su rechazo en aceptar toda la luz que Dios les envía los colocará, después de algún tiempo, donde harán la obra de un falso vigía. Siempre habrá algunos que buscan algo nuevo, y que estiran y tuercen la Palabra de Dios para que apoye sus ideas y teorías. Aquellos que rechazan al Espíritu Santo se colocan bajo el control de Satanás.”
“Precisamente antes de dejarlos, Cristo les dio a sus discípulos la promesa: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mientras estas palabras estaban en sus labios, ascendió, una nube de ángeles lo recibió, y lo escoltó hasta la ciudad de Dios.”
“Las palabras que pronunciara Cristo en la ladera de la montaña eran el anuncio de que su sacrificio en favor del hombre era definitivo y completo. Las condiciones de la expiación habían sido cumplidas; la obra para la cual había venido a este mundo se había realizado. Se dirigía al trono de Dios, para ser honrado por los ángeles, principados y potestades. Había iniciado su obra de mediación. Revestido de autoridad ilimitada, dió su mandato a los discípulos: “Id, pues, y haced discípulos entre todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí que estoy yo con vosotros siempre, hasta la consumación del siglo.”
“Los discípulos habían de realizar su obra en el nombre de Cristo. Todas sus palabras y hechos habían de llamar la atención al poder vital de su nombre para salvar a los pecadores. Su fe habría de concentrarse en Aquel que es la fuente de la misericordia y el poder. En su nombre habían de presentar sus peticiones ante el Padre, y recibirían respuesta. Habían de bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El nombre de Cristo había de ser su consigna, su divisa distintiva, su vínculo de unión, la autoridad para su curso de acción y la fuente de su éxito. Nada que no llevara su nombre y su inscripción había de ser reconocido en su reino.”
“El sacrificio de Cristo en favor del hombre fué pleno y completo. La condición de la expiación se había cumplido. La obra para la cual él había venido a este mundo se había efectuado. El había ganado el reino. Se lo había arrebatado a Satanás, y había llegado a ser heredero de todas las cosas. Estaba en camino al trono de Dios, para ser honrado por la hueste celestial. Revestido de autoridad ilimitada, dió a sus discípulos su comisión: “Por tanto, id, y doctrinad a todos los Gentiles, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado: y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Mateo 28:19, 20.
“El bautismo es una solemne renuncia al mundo. Los que son bautizados en el triple nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en el momento de entrar en la vida cristiana, declaran públicamente que han abandonado el servicio de Satanás, y han llegado a ser miembros de la familia real, hijos del Rey celestial.”
La eterna Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está involucrada en la acción requerida para dar seguridad al instrumento humano y unir a todo el cielo para que contribuya al ejercicio de las facultades humanas, a fin de alcanzar la plenitud de los tres poderes para unirlos en la gran obra designada. Uniendo los poderes celestiales con los humanos, los hombres pueden llegar a ser, por medio de la eficacia celestial, partícipes de la naturaleza divina y obreros juntamente con Cristo.
El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino.”
La Divinidad se conmovió de piedad por la humanidad, y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se dieron a sí mismos a la obra de formar un plan de redención.
El que rechaza la obra del Espíritu Santo se coloca donde el arrepentimiento y la fe no pueden alcanzarle. (…) Cuando se rechaza finalmente al Espíritu, no hay nada más que Dios pueda hacer por el alma.”
Evangelismo, página 446: “Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo
Evangelismo, página 447: “Los eternos dignatarios celestiales -Dios, Cristo y el Espíritu Santo- armándolos [a los discípulos] con algo más que una mera energía mortal. . . avanzaron con ellos para llevar a cabo la obra y convencer de pecado al mundo
“La obra de la salvación no es un asunto de poco monto, sino tan vasto que las más elevadas autoridades aprenden por la fe expresada por el instrumento humano. La eterna Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está involucrada en la acción requerida para dar seguir-dad al instrumento humano y unir a todo el cielo para que contribuya al ejercicio de las facultades humanas, a fin de alcanzar la plenitud de los tres poderes para unirlos en la gran obra designada. Uniendo los poderes celestiales con los humanos, los hombres pueden llegar a ser, por medio de la eficacia celestial, partícipes de la naturaleza divina y obreros juntamente con Cristo.”
Evangelismo, página 52: “En la gran obra final, nos encontraremos con perplejidades con las cuales no sabremos cómo tratar, pero no olvidemos que los tres grandes poderes del cielo están trabajando, que una mano divina está sobre el timón y que Dios hará que se realicen sus propósitos
Hijos e Hijas de Dios, página 353: “Cuando os entregáis a Cristo, hacéis una promesa ante la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, las tres grandes Personalidades, dignatarios del cielo. “Aferraos” a esa promesa.
“Cuando un hombre está lleno del Espíritu Santo, cuanto más severamente sea examinado y probado, más claramente demostrará que es un verdadero representante de Cristo en palabra, espíritu y acción.”