Al abandonar el escenario de su humillación, Jesús no perdió nada de su humanidad.
Cristo llevó consigo a los atrios celestiales su humanidad glorificada.
Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. (…) Dios dio a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana. (…) Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo.
La encarnación de Cristo siempre ha sido un misterio y siempre seguirá siéndolo.
Cristo ascendió al cielo con una naturaleza humana santificada y santa. Llevó esta naturaleza consigo a las cortes celestiales y la llevará por los siglos eternos.
Por la herencia...los hijos llegan a ser participantes de los pecados de sus progenitores.
A menos que las tendencias de la naturaleza física estén dominadas por un poder superior, obrarán con seguridad ruina y muerte.
Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado.
David reconoció que los niños heredan propensiones al mal...tendencias inherentes al mal.
Era posible para Adán, antes de la caída, conservar un carácter justo por la obediencia a la ley de Dios. Más no lo hizo, y por causa de su caída tenemos una naturaleza pecaminosa y no podemos hacernos justos a nosotros mismos.
Los hombres están emparentados con el primer Adán, y por lo tanto no reciben de él sino culpa y sentencia de muerte;”
¿Fue la naturaleza humana del hijo de María transformada en la naturaleza divina del Hijo de Dios? No, ambas naturalezas fueron misteriosamente fusionadas en una sola persona: el Hombre Cristo Jesús. En El moraba toda la plenitud de la Divinidad corporalmente. Cuando Cristo fue crucificado, fue su naturaleza humana la que murió. La Deidad no se debilitó ni murió; eso habría sido imposible. Cristo, el Inmaculado, salvará a cada hijo e hija de Adán que acepte la salvación ofrecida, y que consiente en ser hijo de Dios. El Salvador compró a la raza caída con su propia sangre. Este es un gran misterio, un misterio que no será total y completamente comprendido en su magnitud hasta que la traslación de los redimidos tenga lugar. Entonces el poder, la grandeza y la eficacia del don de Dios para el hombre serán entendidos. Pero el enemigo está decidido a que este don esté envuelto en el misterio que llegue a ser insignificante.
La unión de la naturaleza divina con la humana es una de las verdades más preciosas y misteriosas del plan de redención.
La encarnación de Cristo es el misterio de todos los misterios.
Cristo no podría haber hecho nada durante su ministerio terrenal para salvar a los hombres caídos, si lo divino no se hubiera mezclado con lo humano. La limitada capacidad del hombre no puede definir este admirable misterio: la mezcla de las dos naturalezas, la divina y la humana. Esto nunca se podrá explicar. El hombre debe maravillarse y quedar callado. Y sin embargo, el hombre tiene el privilegio de ser participante de la naturaleza divina, y de esa manera puede, en cierta medida, penetrar en el misterio
(Cristo) debía ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad tomando la naturaleza del hombre, pero no su pecaminosidad.
Pero aunque la gloria divina de Cristo estuvo por un tiempo velada y eclipsada porque él asumió la naturaleza humana, sin embargo no cesó de ser Dios cuando se hizo hombre. Lo humano no tomó el lugar de lo divino, ni lo divino de lo humano. Este es el misterio de la piedad.
Debe ser cuidadoso, extremadamente cuidadoso al tratar acerca de la naturaleza humana de Cristo. No lo presente como un hombre con propensiones al pecado. El es el segundo Adán. El primer Adán fue creado puro, un ser sin pecado, sin una mancha de pecado sobre él; era la imagen de Dios; podía caer y cayó en trasgresión. Por causa del pecado, su posterioridad nació con propensiones inherentes a la desobediencia. Pero Jesús fue el unigénito de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza humana y fue tentado en todo punto en que la naturaleza humana es tentada. Podía haber pecado; pero ni siquiera por un momento hubo en él tendencia alguna al mal.
Nunca dejéis, en forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación hacia ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrupción. (…) que cada ser humano permanezca en guardia para que no haga a Cristo completamente humano, como uno de nosotros, porque esto no puede ser.
Al tomar sobre sí la naturaleza humana en su condición caída, Cristo no participó en lo más mínimo en su pecado. (…) No debiéramos albergar dudas en cuanto a la perfecta impecabilidad de la naturaleza de Cristo.
Cristo (…) No era como todos los niños. (…) Su inclinación hacia lo correcto era una constante satisfacción para sus padres.
El (Cristo) había de ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad tomando la naturaleza, pero no la pecaminosidad del hombre.
(Cristo) condescendió a vestir su divinidad con humanidad, y vino a ser como nosotros, excepto en pecado.
Cristo no hubiera podido hacer esta obra (expiación) si él no hubiera sido perfectamente inmaculado. Solamente uno que era la perfección misma podría cargar con el pecado y perdonarlo al mismo tiempo.
El hombre no podía expiar al hombre. Su condición caída, pecaminosa lo hubiera constituido en una ofrenda imperfecta, en un sacrificio expiatorio de menos valor que Adán antes de la caída.
(Cristo) nació sin pecado, pero vino al mundo de igual manera que la familia humana.
(Cristo) no poseía las pasiones de la caída naturaleza humana.
No hay nadie que pueda explicar el misterio de la encarnación de Cristo.
A consecuencia del pecado de Adán, la muerte pasó a toda la raza humana. Todos descienden igualmente a la tumba.
Y no ejerció en favor suyo poder alguno que no nos sea ofrecido generosamente. Como hombre, hizo frente a la tentación, y venció en la fuerza que Dios le daba.
El poder de Dios puede transformar las tendencias heredadas y cultivadas.
La divinidad no se degradó hasta la humanidad.
Cristo no poseía la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída que nosotros poseemos, pues entonces él no podría haber sido una ofrenda perfecta.
Sin el proceso transformador que puede venir sólo por medio del poder divino, las tendencias originales a pecar permanecen en el corazón con toda su fuerza para forjar nuevas cadenas, para imponer una esclavitud que nunca podrá ser quebrantada por el poder humano.
A medida que nos hagamos partícipes de la naturaleza divina, se irán eliminando del carácter las tendencias al mal hereditarias y cultivadas, y nos iremos transformando en un poder viviente para el bien.
Cuando Cristo fue crucificado, fue su naturaleza humana la que murió. La Deidad no se debilitó ni murió; eso habría sido imposible.
Cristo tomó nuestra naturaleza, caída, pero no corrupta, y no había de corromperse a menos que aceptara las palabras de Satanás en lugar de las palabras de Dios.
Cristo no poseía la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída que nosotros poseemos, pues entonces él no podría haber sido una ofrenda perfecta.
Usted podrá pensar que es incapaz de alcanzar la aprobación del cielo, y hasta puede decir: "Nací con esta tendencia natural hacia el mal; me es imposible vencerse". Sin embargo, nuestro Padre celestial ha hecho toda la provisión necesaria para que pueda vencer cualquier tendencia al mal.
Al participar de la naturaleza divina, las tendencias hacia el mal, heredadas y cultivadas, son extirpadas del carácter, y nos convertimos en un poder viviente para el bien.
Cuando el hombre pecó…tomó parte de la naturaleza satánica.
Cristo apareció disfrazado de la humanidad, como un siervo. Pero aquéllos que eran partícipes de su naturaleza divina tenían ojos para percibir su divinidad, cuya la gloria había sido reflejada a través de su disfraz humano en ocasiones especiales, revelando así al Padre.
En su debido momento, Cristo tenía que revelarse en forma humana. El tenía que asumir la posición de cabeza de la humanidad tomando su naturaleza, pero no la pecaminosidad del hombre.