Si bien es cierto que las buenas obras no salvarán ni una sola alma, sin embargo es imposible que una sola alma sea salvada sin buenas obras.
Se oye mucho hablar sobre la fe, pero necesitamos oír mucho más sobre las obras. Muchos están engañando sus propias almas viviendo una religión fácil, acomodada, y sin ninguna cruz.
No sólo hemos de cesar de hacer el mal, sino que debemos aprender a hacer el bien.
Todas vuestras obras no pueden salvaros; sin embargo, es imposible que seáis salvos sin buenas obras.
El hombre ha de salvarse por la fe, no por las obras; sin embargo, su fe debe manifestarse en obras.
Los que no hacen nada en la causa de Dios, dejarán de crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad.
Muchos están aguardando que se les dé algo grande que hacer mientras desperdician diariamente las oportunidades que tienen de ser fieles a Dios. Diariamente dejan de cumplir con todo el corazón los deberes pequeños de la vida. Mientras aguardan alguna obra grande en la cual podrían ejercer los importantes talentos que creen tener, y así satisfacer sus anhelos ambiciosos, van transcurriendo los días.
No tenemos en nosotros mismos un solo átomo de justicia propia en el que podamos apoyarnos. Todo lo que alguna vez hayamos hecho lo hicimos porque Jesús nos dio su fortaleza y su poder, y no porque hubiera habido en nosotros alguna bondad, sabiduría o justicia inherentes.
Nuestras buenas obras no salvarán a nadie, pero no podemos ser salvos sin buenas obras.
Fuera de Cristo no podemos hacer ninguna cosa buena.
Cuando vivamos por la fe en el Hijo de Dios, los frutos del Espíritu se verán en nuestra vida; no faltará uno solo. (…) Entonces no habrá crecimiento ni frutos. Puede haber una relación aparente con Cristo, sin verdadera unión con él por la fe. El profesar la religión coloca a los hombres en la iglesia, pero el carácter y la conducta demuestran si están unidos con Cristo. Si no llevan fruto, son pámpanos falsos.
Todas nuestras buenas obras dependen de un poder que está fuera de nosotros.
No podemos estar en contacto con la Divinidad sin estar en contacto con la humanidad.
Cuando tratéis de aconsejar o amonestar a cualquier alma en cuya vida haya sobrevenido una crisis, vuestras palabras tendrán únicamente el peso de la influencia que os han ganado vuestro propio ejemplo y espíritu. Debéis ser buenos antes que podáis obrar el bien. No podéis ejercer una influencia transformadora sobre otros hasta que vuestro propio corazón haya sido humillado, refinado y enternecido por la gracia de Cristo. Cuando se efectúe ese cambio en vosotros, os resultará natural vivir para beneficiar a otros, así como es natural para el rosal producir sus flores fragantes o para la vid, sus racimos morados.