Dios no solamente pide vuestra caridad sino vuestro rostro alegre.
El rostro humano en sí mismo es un espejo del alma, leído por otros, y tiene una influencia reveladora sobre ellos para el bien o para el mal.
Si miramos el lado positivo de las cosas, encontraremos lo suficiente como para sentirnos felices. Si ofrecemos sonrisas, las recibiremos de vuelta; si pronunciamos palabras agradables y alegres, nos serán dichas otra vez.
Los que quieran hacer una gran obra para el Maestro, pueden encontrarla precisamente donde están, haciendo bien y olvidándose de sí mismos, llevando alegría dondequiera que vayan.
Un verdadero cristiano confiesa constantemente a su Salvador. Está siempre gozoso, listo para dirigir palabras de esperanza y de consuelo a los que sufren.
Todo lo que se hace para gloria de Dios tiene que hacerse con alegría, no con tristeza o dolor.