Todos los que sean dotados del Espíritu de Cristo amarán como él amó.
El amor es el instrumento que Dios utiliza para expulsar el pecado del alma humana.
Solamente el Espíritu de Dios devuelve amor por odio.
El amor debe verse en las miradas y los modales, y debe oírse en los tonos de voz.
El amor de Cristo concibe de la manera más favorable los motivos y los actos de los otros. No expone innecesariamente sus faltas; no escucha ansiosamente los informes desfavorables, sino que trata más bien de recordar las buenas cualidades de los otros.
El amor no es sospechoso e interpreta de la manera más favorable los motivos y los deseos de los demás.
El profundo amor de Dios es lo único que sostendrá al alma en medio de las pruebas que están por sobrecogernos.
Los que más prueban nuestra paciencia son los que más necesitan nuestro amor.
No es la posición mundanal, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni los privilegios religiosos, lo que prueba que somos miembros de la familia de Dios; es el amor, un amor que abarca a toda la humanidad.
Lo que prueba que somos miembros de la familia de Dios es el amor.
Podemos ser activos, podemos hacer mucha obra; pero sin amor, un amor tal como el que moraba en el corazón de Cristo, nunca podremos ser contados en la familia del cielo.
A los que más debemos amar es a los que más amen a Cristo.
Lo que el mundo necesita es ver este milagro: los corazones de los hijos de Dios ligados unos a otros por un amor cristiano. Necesita verlos sentados juntos, en Cristo, en las alturas celestiales.
Aun la bondad debe tener sus límites.
El amor es la llave para abrir los corazones.
El fervor del amor es lo que hace que el pueblo de Dios sea la luz del mundo.
Debemos amar a los hombres por amor a Cristo.
El deber tiene un hermano gemelo, que es el amor; cuando estos se unen, pueden lograr casi cualquier cosa; pero si están separados, ninguno es capaz de hacer el bien.
Ninguna otra influencia que pueda rodear al alma humana ejerce tanto poder como la de una vida abnegada. El argumento más poderoso en favor del Evangelio es un cristiano amante y amable.
Declarar la verdad audazmente, pero con amor.
Si el amor de Cristo mora en nosotros, no sólo no abrigaremos odio alguno hacia nuestros semejantes, sino que trataremos de manifestarles nuestro amor de toda manera posible.
El amor de Cristo en el corazón hará más para convertir a los pecadores que todos los sermones que puedas predicar.
Mantendremos fervientes nuestras almas con el amor de Dios en la medida en que tratemos de encender los corazones de otros.
Hay en el amor mayor poder que en la censura. El amor se abrirá paso a través de las barreras, mientras que la censura cerrará toda vía de acceso al alma.
Los que están destituidos de simpatía, ternura y amor, no pueden hacer la obra de Cristo.
El amor que estaba en el corazón de Cristo debe estar en nuestro corazón, para que podamos revelarlo a los que nos rodean.
El amor de Cristo es el móvil de la acción.
El que trata de transformar a la humanidad, debe comprender la humanidad. Sólo por la simpatía, la fe y el amor pueden ser alcanzados y elevados los hombres.
El amor mueve al discípulo, como movía a Jesús, a dar todo, a vivir, trabajar y sacrificarse, aun hasta la muerte, para la salvación de la humanidad.
Dondequiera que se emplee el poder del intelecto, de la autoridad o de la fuerza, y no se manifieste la presencia del amor, los afectos y la voluntad de aquellos a quienes procuramos alcanzar, asumen una actitud defensiva y rebelde, y se refuerza su resistencia.
El amor no puede durar mucho si no se le da expresión.
Nunca se puede recibir el amor de Jesús, ni puede ser derramado en el corazón, hasta que desaparezcan los sentimientos envidiosos, el odio, los celos y las malas sospechas… Muchos se engañan a sí mismos; porque el principio del amor no mora en el corazón.
El amor al yo excluye el amor a Cristo (…) Si el amor por Cristo es apagado, el amor por aquellos por quienes Cristo ha muerto degenerará.
Por muy noble que sea lo profesado por aquel cuyo corazón no está lleno del amor a Dios y a sus semejantes, no es verdadero discípulo de Cristo. Aunque poseas gran fe y tengas poder aun para obrar milagros, sin amor tu fe será inútil. Podrás desplegar gran liberalidad; pero si el motivo es otro que el amor genuino, aunque des todos tus bienes para alimentar a los pobres, la acción no te merecerá el favor de Dios. En tu celo podrás hasta afrontar el martirio, pero si no obras por amor, serás considerado por Dios como engañado entusiasta o un ambicioso hipócrita.
Los espiritistas hacen hincapié en el amor como si fuese atributo principal de Dios, pero lo rebajan hasta hacer de El un sentimentalismo enfermizo y hacen poca distinción entre el bien y el mal. La justicia de Dios, su reprobación del pecado, las exigencias de su santa ley, todo eso lo pierden de vista.
La voluntad humana abandonada a sí misma no tiene fuerza real para resistir el mal y vencerlo. Las defensas del alma son derribadas. El hombre no tiene más barreras contra el pecado. Una vez rechazadas las restricciones de los mandamientos de la Palabra y del Espíritu de Dios, no sabemos hasta que profundidad podemos caer. (…) El amor libre, al que tienden estas enseñanzas, estaba tan bien disimulado que era difícil, al principio, darse cuenta de su verdadero carácter. Hasta que el Señor me hubo presentado el asunto, no sabía cómo llamarlo, pero he recibido la orden de llamarlo amor espiritual impío.
Satanás quiere que cada transgresor de la ley de Dios pretenda ser santo. (…) Hablan mucho de los sentimientos y de su amor a Dios. Pero Dios no reconoce su amor, porque es un engaño del enemigo.
El conocimiento es poder; pero la capacidad intelectual, sin la bondad del corazón, es un poder para el mal.
Un amor que conduzca a la desobediencia es una inspiración diabólica; pero el amor que conduce a la obediencia es de origen celestial.
El amor que prodiga sus bondades sólo a unos pocos, no es amor, es egoísmo.
El que se ama a sí mismo es un trasgresor de la ley.
Satanás engaña a muchos con la plausible teoría de que el amor de Dios hacia sus hijos es tan grande que excusará el pecado de ellos; (…) Nunca existió el perdón incondicional del pecado, ni existirá jamás.
El amor y la buena voluntad que sólo surgen cuando nuestros actos son del agrado de nuestros amigos carecen de valor real, porque son naturales en los corazones que no se han regenerado.
“Hay un amor, más fuerte, más profundo, y más conmovedor que el amor natural de una madre por su hijo, es el amor del Salvador hacia los salvos, y el amor de estos hacia él en contrapartida.”