En el reino de Dios no hay fronteras nacionales, ni castas, ni aristocracia.
El cargo no engrandece a un hombre ni en una jota ni en una tilde.
Dios no reconoce distinción por causa de nacionalidad, raza o casta.
No se puede hacer desdichado al hombre que está en paz con Dios y sus semejantes. (…) El corazón que está en armonía con Dios se eleva por encima de las molestias y pruebas de la vida.