Cuando un hermano peca, ¿se siente usted que podría dar su vida para salvarlo? Si siente de esa forma, puede aproximarse a él y ejercer influencia en su corazón; usted es justamente la persona que puede hablar con ese hermano.
Si los que ocupan puestos de responsabilidad pasan por alto los pecados del pueblo, su desagrado pesará sobre ellos, y el pueblo de Dios será tenido en conjunto por responsable de esos pecados.
Nunca se debe pasar por alto, con indiferencia, los males que haya entre el pueblo de Dios.
Si no hubiere disciplina ni gobierno de la iglesia, esta se reduciría a fragmentos; no podría mantenerse unida como un cuerpo.
Es mejor errar del lado de la misericordia, que del lado de la severidad.
Si nuestras obras parecen justificar al transgresor en su pecado, si nuestra influencia resta importancia a la violación de los mandamientos de Dios, entonces no sólo somos culpables nosotros mismos, sino que hasta cierto punto somos responsables de los consiguientes errores ajenos.
Todos los que oyen la voz de Dios están dispuestos a ser corregidos.
Con frecuencia hay que decir claramente la verdad al que yerra; debe inducírsele a ver su error para que se reforme. Pero no hemos de juzgarle ni condenarle.
Si uno descuida el deber que Cristo ordenó en cuanto a restaurar a quienes están en error y pecado, se hace partícipe del pecado. Somos tan responsables de los males que podríamos haber detenido como si los hubiésemos cometido nosotros mismos.
Si una persona está en el error, sed muy bondadosos con ella; si no sois corteses podéis apartarla de Cristo.
No desanimemos nunca ni siquiera a los que han obrado mal, tratándolos como si hubieran cometido un pecado imperdonable contra nosotros.
Se cumple tan ciertamente el propósito de Satanás cuando los hombres se adelantan a Cristo y hacen la obra que él nunca les ha confiado, como cuando permanecen en el estado laodicense, tibios, sintiéndose ricos y enriquecidos y sin necesidad de nada. Las dos clases son igualmente piedras de tropiezo.
El pueblo de Dios debe ver sus errores y emprender un celoso arrepentimiento…Se me mostró que el testimonio directo debe vivir en la iglesia…Los errores deben llamarse…pecados, y a la iniquidad debe hacérsele frente en forma rápida y decidida, y debe quitársela de entre nosotros como pueblo.
La iglesia es en gran medida responsable de los pecados cometidos por sus miembros. Presta su apoyo al mal si no alza la voz contra él.
Muchas veces encontraréis almas que están sometidas a fuerte tentación. No sabéis cuán intensamente está luchando Satanás con ellas. Guardaos de desanimar a esas almas, dando así ventaja al tentador. Cuando quiera que veáis u oigáis algo que necesita ser corregido, buscad al Señor para obtener sabiduría y gracia, para que al tratar de ser fieles, no seáis severos. Es siempre humillante para uno que le señalen sus errores. No amarguéis aún más la experiencia por una censura inútil. La crítica cruel produce desaliento, y despoja la vida de la alegría y felicidad. Hermanos míos, prevaleced más bien por amor que por severidad.
La única manera de restaurar a los que han cometido errores es por medio de un espíritu de humildad, bondad y tierno amor.
Dios (…) presenta los errores de algunos para que de ese modo otros sean advertidos, teman y se aparten de sus propios errores.
Nadie mejorará nunca mediante la acusación y la recriminación.
Tiene poca utilidad el intento de reformar a los demás atacando de frente lo que consideramos malos hábitos suyos. Tal proceder resulta a menudo más perjudicial que beneficioso.
A menos que los males que provocan el desagrado de Dios sean corregidos en sus miembros, toda la iglesia será responsable de ellos.
Si los líderes de la iglesia encubren los pecados que acarrean el desagrado de Dios sobre todo el cuerpo, serán responsables por ellos.
Cada vez que regañáis, perdéis una preciosa oportunidad de dar una lección de tolerancia y paciencia. Sea el amor el rasgo más destacado de vuestra corrección de lo malo.
No olvidemos que tratamos con almas que Cristo ha comprado a un costo infinito para él. Digámosle al que yerra: `Dios te ama, Dios murió por ti.´ llorad por ellos, orad por ellos. Son una posesión adquirida por Cristo. (…) Quienes ponen a prueba nuestra paciencia son los que más necesitan nuestro amor.