Cristo (…) era igual a Dios, infinito y omnipotente.
Jesús era el comandante del cielo, igual a Dios, y sin embargo condescendió en desprenderse de su corona real, su manto real, y cubrió su divinidad con humanidad.
Sólo Cristo podía representar a la deidad.
El Padre es toda la plenitud de la Divinidad corporalmente, y es invisible para los ojos mortales. El Hijo es toda plenitud de la Divinidad manifestada. (…) El Consolador que Cristo prometió enviar después de ascender al cielo, es el Espíritu en toda la plenitud de la Divinidad, poniendo de manifiesto el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él como un Salvador personal. Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres grandes poderes -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo- son bautizados los que reciben a Cristo mediante la fe, y esos poderes colaborarán con los súbditos obedientes del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo.
Los eternos dignatarios celestiales -Dios, Cristo y el Espíritu Santo- armándolos [a los discípulos] con algo más que una mera energía mortal. . . avanzaron con ellos para llevar a cabo la obra y convencer de pecado al mundo (Manuscrito 145, 1901). Necesitamos comprender que el Espíritu Santo, es una persona así como Dios es persona.(…) El Espíritu Santo es una persona, porque testifica en nuestros espíritus que somos hijos de Dios. (…) El Espíritu Santo tiene una personalidad, de lo contrario no podría dar testimonio a nuestros espíritus y con nuestros espíritus de que somos hijos de Dios.
El príncipe del poder del mal puede ser mantenido en jaque únicamente por el poder de Dios en la tercera persona de la Divinidad, el Espíritu Santo. Debemos cooperar con los tres poderes más elevados del cielo: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y estos poderes trabajarán mediante nosotros convirtiéndonos en obreros juntamente con Dios.