La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina que un hombre o una mujer enfermos pueden recibir.
Cuando alguien se recupera de una enfermedad, es Dios quien lo sana.
Vi que la razón por la cual Dios no contestaba más plenamente las oraciones que sus siervos elevaban por los enfermos que hay entre nosotros, era que no podía ser glorificado haciéndolo mientras violaran las leyes de la salud.
En lo que se refiere a la oración por los enfermos... He estado considerando diversas cosas que me han sido presentadas en el pasado con referencia al tema. Supongamos que veinte hombres y mujeres se presenten para que se ore por ellos en alguna de nuestras reuniones espirituales campestres, lo cual no sería inusitado, porque los que sufren harán todo lo posible para obtener alivio y para recuperar las fuerzas y la salud. De estas veinte personas, pocas han considerado la luz sobre el tema de la pureza y la reforma pro salud. Han descuidado la práctica de los principios correctos en el comer y el beber, y en el cuidado de sus cuerpos. Algunos de los que están casados han formado hábitos vulgares y se han entregado a prácticas impías; por otra parte entre los solteros, algunos han sido descuidados con la salud y la vida, puesto que la luz ha brillado sobre ellos con toda claridad, pero no han respetado la luz y tampoco han andado con prudencia. Sin embargo, solicitan las oraciones del pueblo de Dios y piden la actuación de los ancianos de la iglesia. Si volvieran a recuperar la bendición de la salud, muchos de ellos seguirían el mismo camino de descuidadas transgresiones de las leyes de la naturaleza, a menos que sean iluminados y completamente transformados. . . El pecado ha llevado a muchos de ellos al lugar donde se encuentran: a un estado de debilidad de la mente y del cuerpo. ¿Debiera orarse al Dios del cielo para que su sanidad descienda sobre ellos en ese momento, sin especificar ninguna condición? Yo digo que no, decididamente no. ¿Entonces qué debiera hacerse? Presentar sus casos ante Aquel que conoce el nombre de cada persona.
La oración por los enfermos es algo muy solemne, y no debiéramos ocuparnos de esta obra en forma descuidada ni apresurada. Debiéramos averiguar si los que serán bendecidos con salud se han dedicado a hablar mal de otros, si han tenido desavenencias con los demás y si han participado en disensiones. ¿Han manifestado espíritu de discordia entre los hermanos y hermanas de la iglesia? Si han llevado a cabo estas cosas debieran confesarlas delante de Dios y la iglesia. Después de haber confesado lo que han hecho mal, estas personas que buscan oración pueden ser presentadas delante de Dios con fervor y fe, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo. Pero no siempre es seguro pedir sanación incondicional. Las oraciones que se hacen debieran incluir el siguiente pensamiento: "Señor, tú conoces todo secreto del alma. Tú estás familiarizado con estas personas; por Jesús, su abogado, concédeles su vida. El las ama más de lo que nosotros podemos. Por lo tanto, si ha de ser para tu gloria y para el bien de estas personas afligidas concederles la salud, te rogamos en el nombre de Jesús que les proporciones salud en esta ocasión". En una petición de esta naturaleza no se manifiesta falta de fe.
Nada lograrán el ayuno y la oración mientras el corazón esté enajenado de Dios por una conducta errónea.
Si suponen que al orar por la curación no deben usar los remedios sencillos provistos por Dios para aliviar el dolor y ayudar a la naturaleza en su obra, por temor a que eso signifique una negación de la fe, están adoptando una posición que no es sabia.
No podemos esperar que Dios haga un milagro en nuestro favor mientras descuidamos los remedios sencillos que él ha provisto para nuestro uso, los cuales, si se los aplica oportunamente y en forma debida, producirán un resultado milagroso.
Cristo era el único que podía sobrellevar las aflicciones de toda la familia humana. "En toda angustia de ellos él fue angustiado". Nunca soportó [por sus pecados] la enfermedad en su propia carne, pero cargó las enfermedades de los demás.
Los que tienen enfermedades corporales, casi siempre están enfermos mentalmente, y cuando el alma está enferma, el cuerpo también está afectado.
El hacer el bien es un excelente remedio para la enfermedad.
La influencia del Espíritu de Dios es la mejor medicina para la enfermedad.
Dios no hará un milagro para librar de la enfermedad a los que no se han cuidado; más aún, que están violando de continuo las leyes de la salud y no hacen esfuerzos para evitar la enfermedad. Cuando hacemos todo lo que está a nuestro alcance para tener salud, entonces podemos esperar que se produzcan los bendecidos resultados, y podemos solicitar a Dios con fe que bendiga nuestros esfuerzos para la prevención de la salud.
Los que satisfacen su apetito y de esta manera sufren debido a su intemperancia, e ingieren drogas para aliviarse, a los tales se les puede asegurar que Dios no se interpondrá para salvar la salud y la vida que de forma tan temeraria se ha puesto en peligro.
Dios no ve adecuado responder las oraciones que se ofrecen a favor de los tales, pues él sabe que si se les devolviera la salud, de nuevo la sacrificarían sobre el altar del apetito pervertido.
Permanecer junto al lecho del enfermo sin tener nada que decir es un error lamentable.
La curación de los enfermos es parte del evangelio.
Un ministro del evangelio tendrá éxito doble en su labor si comprende como tratar la enfermedad.
La fe en el poder de Dios para curar las enfermedades está muerta a menos que el enfermo use la luz que Dios le ha dado al colocar los hábitos en armonía con los principios correctos.
Hay una obra que hacer por parte de nuestras iglesias de la cual pocos tienen una idea acertada. "Tuve hambre -dijo Jesús-, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis, estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí". Tendremos que dar de nuestros medios para sostener a los obreros en los campos de la mies, y nos regocijaremos en las gavillas reunidas. Pero aunque esto es cierto, hay una obra que hasta ahora ha permanecido sin tocar, que debe ser hecha. La misión de Cristo fue sanar al enfermo, animar al desesperado, vendar al quebrantado de corazón. Esta obra de restauración ha de ser realizada entre los que están en necesidad, entre los que sufren. Dios pide no solamente vuestra benevolencia, sino también vuestro rostro alegre, vuestras palabras llenas de esperanza, el apretón de vuestra mano. Aliviad a algunos de los afligidos del Señor. Algunos están enfermos, la esperanza los ha abandonado. Llevadles de vuelta la luz del sol. Hay almas que han perdido su valor; habladles, orad por ellas. Hay personas que necesitan el pan de vida. Leedles de la Palabra de Dios. Hay una enfermedad del alma que ningún bálsamo puede alcanzar, ninguna medicina puede curar. Orad por estas personas, y traedlas a Jesucristo. Y en todo vuestro trabajo, Cristo estará presente para hacer impresiones sobre los corazones humanos. Esta es la clase de obra médico-misionera que ha de hacerse. Traed el Sol de justicia a la habitación del enfermo y del que sufre. Enseñad a los internados procedentes de hogares pobres cómo cocinar. "Como pastor apacentará su rebaño", con alimento temporal y espiritual
No podemos desobedecer las leyes de la naturaleza sin desobedecer las leyes de Dios. No podemos esperar que el Señor obre un milagro para nosotros mientras descuidamos los remedios sencillos que él ha proporcionado para nuestro uso, y que aplicados oportuna y debidamente producirán un resultado milagroso.
Por dos semanas estuve postrada por una enfermedad tan severa que no tuve el poder de ejercitar fe. Un desaliento fue puesto sobre mí, y me dio la impresión de que nunca me levantaría. Mi ánimo se fue. Perdí mi deseo de vivir.
Después de haber orado fervientemente por el enfermo, ¿entonces qué? ¿Debo yo desistir en hacer todo lo posible por su recuperación? No, sino que trabajo con más esmero aún, con mucha oración, para que el Señor pueda bendecir los medios que sus propias manos han provisto; que él dé sabiduría santificada para colaborar con él en la recuperación del enfermo.
Cuando alguna parte del cuerpo sufre perjuicio, empieza el proceso de curación; los agentes naturales actúan para restablecer la salud. Pero lo que obra por medio de estos agentes es el poder de Dios. Todo poder capaz de dar vida procede de él. Cuando alguien se repone de una enfermedad, es Dios quien lo sana.