El domingo 7 de julio de 1999 fue un día histórico para el protestantismo. La catedral de S. Pedro de Ginebra se convirtió en punto de encuentro para miles de personas. Esta vez, el orador no fue Juan Calvino, quien cada domingo predicaba, en esa misma iglesia, sermones centrados en la figura de Jesucristo. Siglos después, el púlpito fue ocupado por otro orador que ni es protestante, ni siquiera cristiano. El invitado de honor fue el Dalai Lama. El Concilio Mundial de Iglesias hizo todo lo necesario para que tal evento se hiciera posible. En lugar de ensalzar la figura de Jesucristo, el Dalai, quien fue investido como “El Santo” en la ceremonia de su iniciación, envió un mensaje de paz y de unidad para todos los seres humanos. Dicha unidad implica el abandono de cualquier tipo de exclusivismo. Se supone que los cristianos debemos desprendernos de ideas tales como que Jesucristo es “el único en el que hay salvación”. (Hechos 4:12) Para el nuevo movimiento religioso mundial Jesucristo deja de ser el único para pasar a ser uno más entre los diferentes maestros budistas, hinduistas… etc.
A la semana siguiente de que el Dalai enviara su mensaje de unidad, otro evento ecuménico organizado por la Archidiócesis de Brisbane llamado “Corazones Encendidos” tuvo lugar en esa ciudad australiana. Miles de representantes católicos, luteranos, anglicanos, evangélicos y demás religiones mundiales se congregaron para preparar la entrada al nuevo milenio de forma unida. Alguno llegó a decir: “Hemos estado separados como cristianos durante 400 años, pero ahora es tiempo de unirnos justo a tiempo para el nuevo milenio.” Dentro del programa, se presento el concepto de Nuevo Evangelismo que desde el propio vaticano se quiere introducir en toda reunión ecuménica como preparación para las futuras celebraciones del nuevo milenio.
Y el pasado 31 de octubre de 1999 el presidente de la Federación Mundial Luterana, Ishmael Noko, y el presidente del Concilio Pontificio del Vaticano para la Promoción de la Unidad Cristiana, el Cardenal Edward Cassidy, se reunieron en la iglesia de Santa Ana de Augsburgo, Alemania, en un evento sin precedentes. Como invitados de honor acudieron representantes de la iglesia ortodoxa griega y rusa, el secretario general del Concilio Mundial de Iglesias y varios líderes religiosos que llegaron de diversas partes del mundo. En tal día se firmó un acuerdo por el que ambas iglesias aproximan sus posiciones en materia de justificación por la fe, después de treinta años de conversaciones. El documento declara oficialmente que las mutuas condenaciones doctrinales no se aplican ya más. Se cree que es la primera vez que el vaticano hace una declaración de este tipo con respecto a otra entidad protestante. Así que, la doctrina que hace 482 años fue el origen del cisma religioso ha dejado de ser un punto de discordia.
El Cardenal Cassidy dijo que el Papa ha dado su bendición a tal evento y que “la declaración conjunta es una de las grandes adquisiciones del movimiento ecuménico.” Dado que “Roma nunca cambia.”, habrá que estudiar con detalle qué es lo que ha cambiado en la Iglesia Luterana. Como premio al esfuerzo de dicha organización por alcanzar tal acuerdo, la Iglesia Católica ha decidido levantar la excomunión a Lutero.
¿No podríamos considerar este el principio del fin del protestantismo tal y como lo hemos conocido hasta ahora?
¿Seremos capaces de permanecer fieles aquellos cristianos que aún creemos que Jesucristo es “el único a quien pertenece la salvación” (Apoc.7:10)? ¿Lograremos defender nuestros principios y doctrinas antes que asociarnos a ningún movimiento ecuménico? ¿Estaremos preparados para soportar la presión que se creará contra nosotros cuando no queramos unirnos al movimiento religioso mundial que ya se está formando?
Dios quiera que “ni la muerte , ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos separe del amor de Dios.” (Rom 8:38,39)
Juan Torrontegui