La mayor felicidad que se experimentará provendrá de beneficiar a otros, hacer felices a los demás.
No procure la felicidad, porque nunca se halla buscándola.
La verdadera felicidad consiste en servir desinteresadamente a otros.
Aquellos para quienes Dios es lo primero, lo último y lo mejor, son las personas más felices del mundo.
El corazón humano nunca conocerá la felicidad hasta que se someta a ser amoldado por el Espíritu de Dios.
Sin estar en comunión con Dios, a nadie le es posible ser feliz.
Nadie, sin religión, puede disfrutar realmente de la vida.
La circunstancias tienen poco que ver con lo que experimenta el alma. El espíritu albergado es lo que da color a todas nuestras acciones. No se puede hacer desdichado al hombre que este en paz con Dios y sus semejantes. No habrá envidia en su corazón; no hallarán allí cabida las malas sospechas; no podrá existir odio en él.
Quienes cultiven el espíritu de Cristo manifestarán cortesía en la casa y un espíritu de benevolencia aun en las cosas pequeñas. Constantemente procurarán hacer felices a cuantos los rodeen, olvidándose de sí mismos mientras hacen a los demás objeto de sus bondadosas atenciones. Tal es el fruto que crece en el árbol cristiano.
Los miembros han de hallar la felicidad en la felicidad de aquellos a quienes ayudan y benefician.
La búsqueda del bien de los demás es el camino por el que puede hallarse la verdadera felicidad.
Con el fin de ser felices, debemos vivir para hacer felices a otros.
En nuestra vida terrenal, aunque restringida por el pecado, el mayor gozo y la más elevada educación se encuentran en el servicio.
La autocompasión deteriora el carácter de los que la han albergado, y ejerce una influencia que estropea la felicidad de otros.
El lugar más feliz de la tierra para Abraham era donde Dios quería que estuviese.
La verdadera felicidad será el resultado de todas las negaciones y todas las crucifixiones del yo.
La felicidad (…) No depende de las circunstancias de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de amigos que se tenga en esta tierra. Cristo es la fuente de agua viva, y la felicidad que proviene de él no puede agotarse jamás.
Tu felicidad no depende de lo que tienes, ni de lo que eres o puedes ser; consiste en que tu voluntad y la de Dios sean una.
Son las cosas pequeñas las que revelan lo que el corazón encierra. Son las pequeñas atenciones, los numerosos pequeños incidentes y las simples cortesías de la vida, lo que constituye la suma de la felicidad... Al fin se hallará que la abnegación por el bien y la felicidad de los que nos rodean, constituye una gran parte del registro de la vida que se guarda en el cielo.