Dios creó al hombre para su propia gloria.
Cada uno tiene una misión de maravillosa importancia, que no puede descuidar o ignorar, pues su cumplimiento implica el bienestar de algún alma, y su descuido el infortunio de alguien por quien Cristo murió.
Todo el cielo está esperando para ver cómo vindicamos la ley de Dios, declarándola santa, justa y buena. ¿Dónde están los que han de realizar esta obra?
Nuestro Señor queda avergonzado por aquellos que aseveran servirle, pero que representan falsamente su carácter.
El honor de Dios, el honor de Cristo, está comprometido en la perfección de carácter de su pueblo.
El oprobio que ocasiona el pecado del discípulo recae sobre Cristo. Hace triunfar a Satanás.
Ya es tiempo de que demos al mundo una demostración del poder de Dios en nuestras propias vidas y en nuestro ministerio.
La máxima obra que se puede hacer en nuestro mundo es glorificar a Dios viviendo el carácter de Cristo.
La gloria de Dios es su carácter y se nos manifiesta en Cristo. Por lo tanto, es mirando a Cristo, contemplando su carácter, estudiando sus lecciones, obedeciendo sus palabras, que somos transformados a su imagen.