Mientras la semilla sembrada produce una cosecha, y ésta a su vez se siembra, la mies se multiplica. En nuestras relaciones con los demás, esta ley se cumple. Cada acto, cada palabra, constituye una semilla que dará fruto. Cada acto de bondad reflexiva, de obediencia, de abnegación, se reproducirá en los demás, y por ellos en otros aún. Así también cada acto de envidia, malicia y disensión, es una semilla que producirá una "raíz de amargura" (Heb. 12:15), por la cual muchos serán contaminados. ¡Y cuánto mayor aún será el número de los que serán envenenados por esos muchos! Así prosigue para este tiempo y para la eternidad la siembra del bien y del mal.
Tus palabras, tu espíritu, tu porte, incluso la manera en la cual tratas a tus hermanos, son semillas que se siembran para bien o para mal.
No podemos saber aquí cual es el efecto que nuestro trabajo ha tenido, pero en la eternidad veremos qué es lo que hemos hecho por el Maestro.