Las lágrimas derramadas por Jesús en la cima del monte de las Olivas fueron por la impenitencia e ingratitud de cada ser humano hasta el fin del tiempo.
Debemos llorar como Cristo lloró por los que no lloran por sí mismos, y rogar como él rogó por los que no ruegan por sí mismos.
Si pudiese descorrerse el telón, y pudieseis discernir los propósitos de Dios y los juicios que están por caer sobre un mundo condenado, si pudieseis ver vuestra propia actitud, temeríais y temblaríais por vuestras propias almas y por las almas de vuestros semejantes. Haríais ascender al cielo fervientes oraciones con corazón angustiado. Lloraríais entre el pórtico y el altar, confesando vuestra ceguera espiritual y apostasía.