Los maestros nerviosos y que se irritan fácilmente no deben encargarse de los jóvenes.
Es malo poner a los niños bajo maestros orgullosos y desprovistos de amor. Un maestro así hará mucho daño a aquellos cuyo carácter se está desarrollando rápidamente. No se los debe emplear si no son sumisos a Dios…
El colocar como maestros de estos niños y jóvenes a personas jóvenes que no han desarrollado un amor profundo y ferviente hacia Dios y las almas por quienes Cristo murió, es cometer un error que, puede resultar en la pérdida de muchos. Los que se impacientan e irritan fácilmente no deben ser educadores.
Evite el maestro el hacer al niño terco, hablándole con dureza. Haga que a toda corrección sigan las gotas del aceite de bondad. No debe nunca olvidar que está tratando con Cristo en la persona de uno de sus pequeñuelos. Sea norma establecida que, en toda disciplina escolar, han de reinar la fidelidad y el amor. Cuando el maestro corrige a un alumno de una manera que no le hace sentir que sea humillarlo, en su corazón brota el amor hacia el maestro (Santa Helena, California, 17 de mayo de 1903).
No basta que el maestro posea capacidad natural y cultura intelectual. Estas cosas son indispensables, pero sin una idoneidad espiritual para el trabajo, no está preparado para dedicarse a él.
Ningún hombre o mujer está preparado para la obra de enseñar, si es inquieto, impaciente, arbitrario o autoritario.
La práctica de ofrecer premios y recompensas resulta en más daño que bien. (…) Los padres y maestros deben estar en guardia contra estos peligros.
Los maestros que no tienen una experiencia religiosa progresiva, que no están aprendiendo diariamente lecciones en la escuela de Cristo para ser ejemplos del rebaño, sino que aceptan su sueldo como la consideración principal, no 269 son idóneos para el puesto solemne que ocupan.
El Señor requiere de los maestros que eliminen de nuestras escuelas los libros que enseñan sentimientos que no están de acuerdo con su Palabra, y den lugar a los libros que son del más alto valor.
Algunos de nuestros maestros han quedado hechizados por los sentimientos de autores incrédulos. En una representación que se me hizo, vi a alguien que sostenía en su mano uno de esos libros, y lo recomendaba a nuestros maestros como obra en la cual podían obtener verdadera ayuda en asuntos de educación. Otro mostraba libros de un carácter completamente diferente. Colocó su mano sobre el que había recomendado al autor incrédulo y dijo: "La clase de consejos que ha dado Ud. abre la puerta para que Satanás con sus sofismas pueda penetrar en vuestra escuela. Estos libros contienen sentimientos que vuestros alumnos deben aprender a evitar. La mente humana es fácilmente hechizada por los estudios que conducen a la incredulidad. Estos libros producen en la mente de los alumnos desagrado por el estudio de la Palabra de Dios, que es vida eterna para todos los que siguen sus instrucciones. Tales libros no deben hallar entrada en ninguna escuela donde se enseña a los jóvenes a aprender del Mayor de los maestros".
El maestro no debe divorciarse de la obra de la iglesia. Los que dirigen las escuelas de iglesia y las escuelas mayores deben considerar como deber suyo, no sólo el enseñar en la escuela, sino también el dedicar a la iglesia con la cual están relacionados los mismos talentos que usan en la escuela.
Cuando maestros y profesores sacrifiquen los principios religiosos para complacer a una clase mundana y amadora de los placeres, deben ser considerados como infieles a s cometido y ser despedidos.
Los padres y maestros no están ciertamente preparados para educar debidamente a los niños si no han aprendido primero la lección del dominio propio, la paciencia, la tolerancia, la bondad y el amor.
Los hábitos y principios de un maestro deben considerarse como de mayor importancia que preparación académica.
El amor de Dios debe morar en el corazón del maestro de la verdad.