Cuando las leyes de los hombres entran en conflicto con la Palabra y la ley de Dios, hemos de obedecer a estas últimas, cualesquiera que sean las consecuencias.
No será tarea desagradable obedecer a la voluntad de Dios, cuando nos entreguemos completamente a la dirección de su Espíritu.
Los que obedecen los diez mandamientos consideran el estado del mundo y las cosas religiosas desde un punto de vista completamente diferente del que tienen los que profesan ser cristianos, pero son amantes de los placeres, rehúyen la cruz y viven violando el cuarto mandamiento.
En la medida que el amor de Cristo llene nuestros corazones y domine nuestra vida (…) tendremos placer en cumplir la voluntad de Dios.
La luz, una preciosa luz, ilumina al pueblo de Dios; pero no los salvará, a menos que permitan que ésta los salve, vivan plenamente de acuerdo con ella y la transmitan a otros que se encuentran en tinieblas.
El que tiene la ley de Dios escrita en el corazón obedecerá a Dios antes que, a los hombres, y desobedecerá a todos los hombres antes que desviarse en lo mínimo del mandamiento de Dios.
(Se cita Romanos 13:1) Cuando las leyes de los gobernantes terrenales se opongan a las leyes del Gobernante supremo del universo, entonces los que serán fieles serán los que sean súbditos leales a Dios.
Por el arrepentimiento y la fe, somos habilitados para prestar obediencia a todos los mandamientos de Dios.
Los obstáculos que impiden nuestro progreso no desaparecerán jamás ante un espíritu que se detiene y duda. Los que postergan la obediencia hasta que toda sombra de incertidumbre desaparezca y no haya ningún riesgo de fracaso o derrota no obedecerán nunca.
(David ordenó a Joab colocar a Uría al frente de la batalla y desobedecerlo.) El poder de David le había sido dado por Dios, pero para que lo ejercitara solamente en armonía con la ley divina. Cuando ordenó algo que era contrario a la ley de Dios, el obedecerle se hizo pecado. “Las (potestades) que son, de Dios son ordenadas.” (Romanos 13:1), pero no debemos obedecerlas en contradicción a la ley de Dios.
Dios tiene hijos, muchos de ellos, en las iglesias protestantes, y una gran cantidad en las iglesias Católicas, que son más fieles en obedecer la luz según su mejor conocimiento, que muchos entre los Adventistas guardadores del sábado que no andan en la luz.
Se requiere obediencia estricta, y los que dicen que no es posible vivir una vida perfecta, le atribuyen a Dios una imputación de injusticia y falta de verdad.
No podemos por nosotros mismos seguir una conducta correcta. Es únicamente por la gracia de Dios, combinada con el más ferviente esfuerzo de nuestra parte, cómo podemos obtener la victoria.
Es sólo cuando servimos a Dios en la más estricta integridad y en humildad de mente, confiando en Jesús, que estamos a salvo.
Sólo los que están viviendo a altura de la luz que tienen, recibirán mayor luz. A menos que estemos avanzando diariamente en la práctica de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar derramándose en los corazones en torno de nosotros, pero no la discerniremos ni la recibiremos.
A fin de que el hombre retenga la justificación, debe haber una obediencia continua mediante una fe activa y viviente que obre por el amor y purifique el alma.
El corazón que no ha nacido de nuevo odiará las restricciones de la ley de Dios y se esforzará por deshacerse de sus justos requerimientos.
El favor de Dios para con los hijos de Israel dependió siempre de que obedeciesen.
Deben respetarse las leyes de las naciones cuando no están en conflicto con las leyes de Dios. Pero cuando hay pugna, cada verdadero discípulo de Cristo dirá como el apóstol Pedro, cuando se le ordenó a que no hablara más en el nombre de Jesús: “Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hechos 5:29)
El hombre que trata de guardar los mandamientos de Dios solamente por un sentido de obligación, porque se le exige que lo haga, nunca entrará en el gozo de la obediencia. (…) La verdadera obediencia es el resultado de la obra efectuada por un principio implantado dentro.
Sin obediencia a sus mandamientos, ninguna adoración puede agradar a Dios.
No es la magnitud del acto de desobediencia lo que constituye el pecado, sino el desacuerdo con la voluntad expresa de Dios en el detalle más mínimo, porque demuestra que todavía hay comunión entre el alma y el pecado.
La correcta interpretación de las escrituras no es todo lo que Dios requiere. El disfruta no sólo cuando conocemos la verdad sino cuando practicamos la verdad.