La ociosidad y las riquezas endurecen el corazón.
Si cada uno comprendiese que tiene que rendir cuenta ante Dios por su influencia personal, en ningún caso estaría ocioso.
La ociosidad es una de las mayores maldiciones, porque el vicio, el crimen y la pobreza siguen su estela.
El apóstol Pablo consideraba la ociosidad como un pecado.