Todos los que profesan seguir a Cristo deben dominar su propio genio, y no permitirse hablar nerviosa e impacientemente.
Cada palabra que pronunciáis es una semilla que dará fruto, bueno o malo.
Las palabras de descontento se difunden como una enfermedad contagiosa.
Los insultos despreciativos, el lenguaje apasionado y amargo, las acusaciones crueles y llenas de sospechas provienen de Satanás.
Sólo mediante Cristo podemos ganar la victoria sobre el deseo de hablar palabras precipitadas, faltas de cristianismo.
La calidad de nuestras obras se demuestra por nuestras palabras.
Hasta que el habla no sea santificada no se producirá ningún fruto.
Por la calma de nuestra conversación podemos dar un buen testimonio para él (Dios). Una vida correcta y una forma de hablar correcta, ejercen una mayor influencia para el bien, que todos los sermones que se puedan predicar.
El desagrado de Dios descansa, sobre cualquiera que hable palabras ásperas y faltas de bondad.
De todos los dones que Dios ha dado al hombre, ninguno es una bendición más noble o más grande, que el don del habla, si está santificada por el Espíritu Santo.
La elocuencia más persuasiva, es la palabra que se habla en amor y simpatía.
Si alguien le habla en forma provocativa, no pronuncie una sola palabra. La peor reprensión que usted puede dar a una persona que le ha lanzado palabras provocadoras, es mantener silencio, hasta que usted pueda hablar con voz calmada y agradable.
En los días de mi juventud, acostumbraba a hablar en tono demasiado alto. El Señor me mostró que yo no podía realizar una impresión debida sobre la gente, elevando la voz a un tono antinatural.
Una sola respuesta abrupta, una falta de cortesía cristiana, en algún asunto sin importancia, puede dar por resultado la pérdida, tanto de amigos, como de influencia.
El pecado de la conversación necia es común, entre aquellos que reclaman creer en las verdades más solemnes, jamás dadas a nuestro mundo. Debido a estas conversaciones triviales y frívolas, el Espíritu del Señor es agraviado constantemente. La conversación impropia, es la causa de esa falta de fe y poder entre el pueblo de Dios Toda frivolidad, toda vulgaridad en la conversación, todo chiste y broma, debilita el alma, y separa el corazón de la oración. (…) Pocos se dan cuenta, de que ahuyentan al Espíritu de Dios con sus pensamientos y sentimientos egoístas, y su conversación necia y frívola...
Aunque estemos enfermos o nos sintamos indispuestos, no necesitamos decírselo a los demás.
Aprendamos a hablar suavemente, tranquilamente, aun bajo las peores circunstancias. (…) Las palabras duras (…) tientan a hombres y mujeres a violar los mandamientos de Dios.
A menos que estén implicados asuntos de mucha importancia, esté listo a ceder en su propia opinión, en lugar de crear una disputa.
En un momento, una lengua precipitada, apasionada y descuidada, puede hacer un daño que el arrepentimiento de toda una vida no podría deshacer.
El hombre verdaderamente convertido, no siente inclinación a pensar o hablar de las faltas de los demás.... Solamente entrarán en el cielo, aquellos que hayan vencido la tentación de pensar o hablar mal.
Son las palabras agradables y de simpatía, la manifestación de amor desinteresado por sus almas, lo que romperá las barreras del orgullo y del egoísmo, y mostrará a los incrédulos, que poseemos el amor de Cristo.
A menos que dominemos nuestras palabras y genio, somos esclavos de Satanás, y estamos sujetos a él como cautivos suyos.
Las palabras duras agrian el temperamento y hieren los corazones de los niños; y en algunos casos estas heridas sanan difícilmente.
Lanzar insinuaciones encubiertas (es) apuñalar el carácter en medio de oscuridad.
Vigilad vuestras palabras, porque ellas ejercen una influencia considerable para bien o para mal.
Nuestras palabras y acciones constantemente testifican a favor o en contra de Cristo.
¿Qué curso deberán seguir los defensores de la verdad? (…) Sus palabras no debieran ser ásperas ni hirientes. En su presentación de la verdad deben manifestar el amor, la humildad y la dulzura de Cristo. Dejad que la verdad corte; la palabra de Dios es una aguda espada de doble filo que cortará y se abrirá paso hasta el corazón. Los que saben que tienen la verdad, no debieran emplear expresiones severas e hirientes, para no dar a Satanás la oportunidad de que su espíritu sea mal interpretado.
Todas las estocadas hirientes volveremos a recibirlas en doble medida cuando el poder pase a las manos de quienes puedan ejercerlo para producir daño.
Hay un poder maravilloso en el silencio. Cuando os hablen con impaciencia no respondáis de la misma manera. Las palabras dirigidas en respuesta a uno que está enojado actúan generalmente como un látigo que acrecienta la furia de la ira.
Las palabras que muestran un espíritu áspero (…) no pueden ayudar o iluminar a nadie.
De no haber sido por el espíritu suave y lleno de simpatía que se manifestaba en todas sus miradas y palabras, (Jesús) no habría atraído las grandes congregaciones que atraía.
El espíritu que se mantiene amable bajo la provocación hablará más eficazmente a favor de la verdad que cualquier argumento, por enérgico que sea.
La conversación barata, común, las palabras de adulación, las argucias tontas, dichas para producir risa, son la mercadería de Satanás, y todos los que se dejan dominar por este tipo de conversación están traficando con mercadería de Satanás.
Toda rudeza, acritud, crítica y todo espíritu tiránico no son de Cristo, sino que proceden de Satanás.
Podemos negar a Cristo…por las palabras ociosas o desprovistas de amor.
La impresión causada por nuestras palabras y nuestras acciones redundará seguramente en bendición o maldición para nosotros.
Mientras la semilla sembrada produce una cosecha, y ésta a su vez se siembra, la mies se multiplica. En nuestras relaciones con los demás, esta ley se cumple. Cada acto, cada palabra, constituye una semilla que dará fruto. Cada acto de bondad reflexiva, de obediencia, de abnegación, se reproducirá en los demás, y por ellos en otros aún. Así también cada acto de envidia, malicia y disensión es una semilla que producirá una "raíz de amargura" (Heb.12: 15), por la cual muchos serán contaminados. ¡Y cuánto mayor aún será el número de los que serán envenenados por esos muchos! Así prosigue para este tiempo y para la eternidad la siembra del bien y del mal.
Hemos de hablar la verdad con amor poniendo ternura y simpatía en nuestra voz.
La práctica de hablar de nuestras dificultades a otros, únicamente nos debilita, y no les reporta a los demás ninguna fuerza.
Los que profesan seguir a Cristo, y son al mismo tiempo toscos, duros y descorteses, no han aprendido de Jesús. Tal vez no se pueda dudar de su sinceridad ni de su integridad; pero la sinceridad e integridad no expiarán la falta de bondad y cortesía.
No pronunciéis una palabra de desaliento, porque Satanás se agrada de tales palabras.
Cuando se os digan palabras despiadadas y desanimadoras, no las devolváis. No contestéis a menos que podáis devolver una respuesta agradable.
Las palabras dictatoriales, perentorias, pronunciadas en tono duro y áspero han separado amigos y dado por resultado la pérdida de almas. . .
Las expresiones duras entristecen al Señor; las palabras imprudentes hacen daño. Se me ha encargado que le diga: Sea amable al hablar; cuide sus palabras; no deje entrar la dureza en sus expresiones ni en sus ademanes. Ponga en todo lo que haga o diga la fragancia de un carácter semejante al de Cristo.
Si sus hermanos no obran como le parece que debieran hacerlo, no los reprenda con rudeza. El Señor ha sido agraviado a veces por sus expresiones severas.
Cada sermón que prediquéis, cada artículo que escribáis, pueden ser ciertos en todo; pero una gota de hiel que haya en ellos será veneno para el oyente o el lector. Por causa de esa gota de veneno, algunos desecharán todas vuestras palabras buenas y aceptables. Otro se alimentará del veneno; porque se deleita en tales palabras duras. Sigue vuestro ejemplo, y habla como vosotros. Así se multiplica el mal.
Cuando seamos provocados, guardemos silencio. Hay ocasiones en que el silencio es elocuencia. (…) el silencio hace más para vencer el mal que una tormenta de palabras airadas.
El hombre verdaderamente convertido no siente inclinación a pensar o hablar de las faltas de los demás. (…) Solamente entrarán en el cielo aquellos que hayan vencido la tentación de pensar o hablar mal (de los demás).
No pronuncien palabras que no benefician.
Cada palabra, cada pensamiento de queja al que nos entregamos, es un reproche a Dios, una deshonra a su nombre.
Si el temperamento precipitado y el habla imprudente no logran vencerse en esta vida, nunca podréis ser transferidos a las cortes divinas y a la presencia de Jesucristo.
Las palabras cortantes y ásperas ofenden a Dios.
La rudeza en el lenguaje y en la acción no procede de Cristo sino de Satanás.
Cristo nota las palabras, el tono de voz…Mostrad respeto cuando ellos no alcancen el nivel que les habéis puesto.
Las acciones hablan más alto que las palabras, el espíritu que caracteriza la acción representa a la persona.