Satanás engaña a muchos con la plausible teoría de que el amor de Dios hacia sus hijos es tan grande que excusará el pecado de ellos; (…) Nunca existió el perdón incondicional del pecado, ni existirá jamás.
La desconfianza en la bondad de Dios, la falta de fe en su palabra, el rechazo de su autoridad fue lo que convirtió a nuestros primeros padres en transgresores, e introdujo en el mundo el conocimiento del mal.
El pecado no sólo nos aparta de Dios, sino que destruye en el alma humana el deseo y la aptitud para conocerlo. La misión de Cristo consiste en deshacer toda esta obra del mal. El tiene poder para vigorizar y restaurar las facultades del alma paralizadas por el pecado, la mente oscurecida, y la voluntad pervertida.
Toda vida tiene que sobrellevar sufrimientos, penas y preocupaciones como resultado del pecado.
En Cristo llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios que si nunca hubiéramos pecado.
Cristo separa siempre del pecado al alma contrita. Vino para destruir las obras del diablo, y ha hecho provisión para que el Espíritu Santo sea impartido a toda alma arrepentida, para guardarla de pecar.
Y únicamente aquellos que vivan la vida de Cristo son sus colaboradores. Si se conserva un pecado en el alma, o se retiene una mala práctica en la vida, todo el ser queda contaminado. El hombre viene a ser un instrumento de iniquidad.
La manifestación más común del pecado contra el Espíritu Santo consiste en despreciar persistentemente la invitación del Cielo a arrepentirse.
Si uno descuida el deber que Cristo ordenó en cuanto a restaurar a quienes están en error y pecado, se hace partícipe del pecado.
El que lavó los pies de Judas anhela lavar de cada corazón la mancha de pecado.
Se me ha mostrado que mucho pecado es resultado de la ociosidad. Las manos y las mentes activas no encuentran tiempo para ceder a toda tentación que el enemigo sugiere; pero las manos y los cerebros ociosos están totalmente preparados para ser dominados por Satanás.
No hay mayor engaño que pueda seducir a la mente humana que aquel de hacer creer a los hombres que están perfectamente bien y que Dios acepta sus obras cuando están pecando contra Él.
Resulta imposible seguir una conducta errónea sin hacer sufrir a otros.
Como la enfermedad es el resultado de la violación de las leyes naturales, la decadencia espiritual es el resultado de una continua transgresión de la ley de Dios. Sin embargo, los mismos transgresores pueden profesar que guardan todos los mandamientos del Señor.
Para cada trasgresión hay una sanción establecida.
No todos los pecados son delante de Dios de igual magnitud; hay diferencia de pecados a su juicio, como la hay a juicio de los hombres; sin embargo, aunque éste o aquel acto malo pueda parecer frívolo a los ojos de los hombres, ningún pecado es pequeño a la vista de Dios.
Si hay pecados evidentes entre su pueblo y los siervos de Dios permanecen indiferentes a ellos, están virtualmente apoyando y justificando al pecador; son asimismo culpables y recibirán seguramente el desagrado de Dios pues serán hechos responsables por los pecados del culpable.
La idolatría del yo es la fuente de todo pecado.
Nunca consideréis ni aun al pecador más empedernido fuera del alcance de Dios.
Los que estén dispuestos a morir antes que cometer un mal acto, son los únicos que serán hallados fieles.
Prefiramos la pobreza, el oprobio, la separación de nuestros amigos o cualquier sufrimiento, antes que contaminar el alma con el pecado. La muerte antes que el deshonor o la trasgresión de la ley de Dios, debiera ser el lema de todo cristiano. Como pueblo que profesa ser constituido por reformadores que atesoran las más solemnes y purificadoras verdades de la palabra de Dios, debemos elevar la norma mucho más alto de lo que está actualmente. El pecado y los pecadores que hay en la iglesia deben ser eliminados prestamente, a fin de que no contaminen a otros. La verdad y la pureza requieren que hagamos una obra más cabal para limpiar de de Acanes el campamento. No toleren en un hermano los que tienen cargos de responsabilidad. Muéstrenle que debe dejar sus pecados o ser separado de la iglesia.
El pecado de la calumnia comienza cuando se acarician malos pensamientos. (…) Para no cometer pecado, tenemos que resistir sus mismos comienzos. Todo afecto y pasión han de sujetarse a la razón y a la conciencia. Todo pensamiento no santificado debe ser repelido inmediatamente.
Mis hermanos, os digo que un gran número de los que profesan creer, y aún enseñar la verdad, son esclavos del pecado.
Debéis siempre sentir que es pecado actuar en base a impulsos.
Cuando el error es evidente entre los hijos de Dios y sus servidores los consideran con indiferencia, implícitamente están apoyando y justificando al pecador, y son igualmente culpables, y lo mismo que ellos serán objeto del desagrado divino; además serán considerados responsables de los pecados de los culpables.
En la iglesia existen pecados que Dios odia, pero rara vez se mencionan por temor de crear enemigos.
Hay muchas cosas que nunca sabremos; pero lo que ha sido revelado responsabiliza y culpa a la iglesia a menos que haga un decidido esfuerzo para erradicar el mal. Limpiad el campamento, porque hay anatema en él…
Jesús murió para hacernos un camino de salida, a fin de que pudiésemos vencer todo mal genio, todo pecado, toda tentación y sentarnos al fin con él.
Podemos negar a Cristo en nuestra vida entregándonos al amor de la comodidad y del yo, bromeando y buscando los honores del mundo. Podemos negarle en nuestro aspecto exterior, conformándonos al mundo, o mediante un porte orgulloso o atavíos costosos.
Aquellos que no sienten pesar por su propia decadencia espiritual ni lloran por los pecados ajenos quedarán sin el sello de Dios.
No puede existir amor profundo por Jesús en el corazón que no comprende su propia perversidad. El alma que se haya transformado por la gracia de Cristo admirará su divino carácter. Pero el no ver nuestra propia deformidad moral, es una prueba inequívoca de que no hemos llegado a ver la belleza y excelencia de Cristo.
La muerte antes que la deshonra o la trasgresión de la ley de Dios: Este debería ser el lema de todo cristiano.
Es mejor morir que pecar; es mejor padecer necesidad que defraudar; es mejor pasar hambre que mentir.
Se han acariciado pecados que sin embargo no se han llevado a cabo por falta de oportunidad. La ley de Dios los registra todos ellos. Esos pecados ocultos, secretos forman el carácter.
Los libros del cielo registran los pecados que se hubieran cometido si hubiese habido oportunidad.
Cristo imputa su perfección y justicia al pecador creyente que no continúa en el pecado, sino que se aparta de la trasgresión para obedecer los mandamientos.
El único remedio contra el vicio es la gracia y el poder de Cristo.
La ociosidad es pecado.
Nuestro Salvador enseñó que no se debe recibir en la iglesia a los que pecan voluntariamente; no obstante, unió consigo mismo a hombres de carácter defectuoso y les concedió el beneficio de sus enseñanzas y de su ejemplo, para que tuviesen oportunidad de ver sus faltas y enmendarlas.
El pecado y los pecadores que hay en la iglesia deben ser eliminados prestamente, a fin de que no contaminen a otros.
Si abrigáramos habitualmente la idea de que Dios ve y oye todo lo que hacemos y decimos, y que conserva un fiel registro de nuestras palabras y acciones, a las que deberemos hacer frente en el día final, temeríamos pecar.
En el tiempo de la angustia que vendrá inmediatamente antes de la venida de Cristo, los justos serán resguardados por el ministerio de los santos ángeles; pero no habrá seguridad para el trasgresor de la ley de Dios. Los ángeles no podrán entonces proteger a los que estén menospreciando uno de los preceptos divinos.
Antes que el cristiano peque abiertamente, se verifica en su corazón un largo proceso de preparación que el mundo ignora. La mente no desciende inmediatamente de la pureza y la santidad a la depravación, la corrupción y el delito. Se necesita tiempo para que los que fueron formados en semejanza de Dios se degraden hasta llegar a lo brutal o satánico.
La iniquidad del pueblo que profesa creer en Dios no quedará impune.
El pecado de David representaba mal el carácter de Dios, y echaba oprobio sobre su nombre.
El alimento que Dios dio a Adán en su estado sin pecado es el mejor para el consumo del hombre que procura recuperar ese estado sin pecado.
Por el deseo de exaltación propia entró el pecado en el mundo.
A medida que una persona se siente persuadida a mirar a Cristo levantado en la cruz, percibe la pecaminosidad del ser humano. Comprende que es el pecado lo que azotó y Crucificó al Señor de la gloria. Reconoce que aunque se lo amó con cariño indecible, su vida ha sido un espectáculo continuo de ingratitud y rebelión Abandonó a su mejor Amigo y abusó del don más precioso del cielo. El mismo crucificó nuevamente al Hijo de Dios y traspasó otra vez su corazón sangrante y agobiado. Lo separa de Dios un abismo ancho, negro y hondo, y llora con corazón quebrantado.
No es la magnitud del acto de desobediencia lo que constituye el pecado, sino el desacuerdo con la voluntad expresa de Dios en el detalle más mínimo, porque demuestra que todavía hay comunión entre el alma y el pecado.
Dios no utiliza medidas coercitivas; el agente que emplea para expulsar el pecado del corazón es el amor. Mediante él, convierte el orgullo en humildad, y la enemistad y la incredulidad, en amor y fe.
Cuando sentimos que hemos pecado y no podemos orar; ese es el momento de orar.
La religión de Cristo significa más que el perdón del pecado; significa la extirpación de nuestros pecados y que ese vacío sea llenado por la gracia del Espíritu Santo.
Cualesquiera que sean las tendencias al mal, que hayamos heredado o cultivado, podemos vencerlas mediante la fuerza que Dios está pronto a darnos.
Hay muchos que pretenden servir a Dios, pero que no lo conocen por experiencia. Su deseo de hacer la voluntad divina se basa en su propia inclinación, y no en la profunda convicción impartida por el Espíritu Santo. Su conducta no armoniza con la ley de Dios. Profesan aceptar a Cristo como su Salvador, pero no creen que él quiere darles poder para vencer sus pecados. No tienen una relación personal con un Salvador viviente, y su carácter revela defectos así heredados como cultivados. Una cosa es manifestar un asentimiento general a la intervención del Espíritu Santo, y otra cosa aceptar su obra como reprendedor que nos llama al arrepentimiento. Muchos sienten su lejanía de Dios, comprenden que están esclavizados por el yo y el pecado; hacen esfuerzos por reformarse; pero no crucifican el yo. No se entregan enteramente en las manos de Cristo, buscando el poder divino que los habilite para hacer su voluntad. No están dispuestos a ser modelados a la semejanza divina. En forma general reconocen sus imperfecciones, pero no abandonan sus pecados particulares. Con cada acto erróneo se fortalece la vieja naturaleza egoísta.
Cuando estemos revestidos por la justicia de Cristo, no tendremos ningún gusto por el pecado, pues Cristo obrará dentro de nosotros. Quizá cometamos errores, pero aborreceremos el pecado que causó los sufrimientos del Hijo de Dios.
No se debe hacer ninguna concesión a los malos hábitos o prácticas pecaminosas ni se debe transigir con ellos.
La religión liviana que hace del pecado algo de poca gravedad y que constantemente se detiene en el amor de Dios hacia el pecador, anima a éste a creer que Dios lo salvará mientras continúa en el pecado, sabiendo que es pecado.
Tan pronto como cometéis un pecado debéis correr al trono de gracia y contarle todo a Jesús. Debéis llenaros de dolor por el pecado, porque con el pecado habéis debilitado vuestra propia espiritualidad, agraviado a los ángeles del cielo y herido el amante corazón de vuestro Redentor.
La belleza de la naturaleza por si misma, aparta al alma del pecado y de las atracciones mundanas.
Cuando se estaba juzgando al Hijo de Dios, los judíos clamaron: "Quítale, crucifícale"; porque su vida pura y su enseñanza santa los convencían de pecado y los condenaban; y por la misma razón muchos claman en su corazón contra la Palabra de Dios. Muchos, aun entre los niños y jóvenes, han aprendido a amar el pecado.
La iniquidad que prevalece extensamente hoy puede atribuirse en cierta medida al hecho de que no se estudian ni se obedecen las Escrituras; porque cuando la Palabra de Dios es desechada, se rechaza su poder para refrenar las malas pasiones del corazón natural.
Muchos deciden servirse a si mismos y a Satanás al no hacer un esfuerzo decidido para superara sus defectos de carácter. Mientras muchos se lamentan de sus propensiones pecaminosas, esperando dominarlas en un tiempo futuro, están decidiéndose para la perdición.
Las iglesias nominales están llenas de fornicación y adulterio, crimen y asesinato, como resultado de la pasión licenciosa: pero estas cosas se mantienen cubiertas. Los ministros en altas posiciones son culpables; a pesar de que un manto de santidad cubre sus oscuras hazañas, y dejan pasar año tras año en su actitud hipócrita. Los pecados de las iglesias nominales han alcanzado el cielo, y el honesto de corazón será llevado a la luz y saldrá de ellos.
Por medio del poder de Cristo, los hombres y mujeres han roto las cadenas de los hábitos pecaminosos.
Ningún hombre puede cubrir su alma con el manto de justicia de Cristo mientras practique pecados conocidos o descuide deberes conocidos.
Cuanto más fervientes sean nuestros esfuerzos para alcanzar la santidad del corazón y la vida, tanto más aguda será nuestra percepción del pecado, y más decididamente lo desaprobaremos. Debemos ponernos en guardia contra la indebida severidad hacia el que hace mal; pero también debemos cuidar de no perder de vista el carácter excesivamente pecaminoso del pecado.
Si Cristo está en nosotros crucificaremos la carne con sus pasiones y concupiscencias.
La fe se aferra a las promesas de Dios, y produce obediencia. La presunción se apoya también en las promesas, pero las emplea como las empleó Satanás, para disculpar la trasgresión. (…) La presunción indujo a nuestros primeros padres a violar su ley, creyendo que su gran amor los salvaría de las consecuencias de su pecado.
Cristo prometió que el Espíritu Santo habitaría en aquellos que luchasen para obtener la victoria sobre el pecado.
La ley de Dios condena no solamente lo que hemos hecho, sino lo que dejamos de hacer.
Los que estén dispuestos a morir antes que cometer un acto malo, serán los únicos a quienes se considerará fieles.
La experiencia incierta de muchos profesos cristianos-que pecan y se arrepienten y continúan en esa condición espiritual empequeñecida es el resultado de la mundanalidad y la impiedad en la vida. Se provee gracia salvadora de Cristo para la vida diaria. Cristo no vino a salvar a los hombres en sus pecados sino de sus pecados.
La religión que hace del pecado un asunto liviano, espaciándose en el amor de Dios hacia el pecador sin tener en cuenta sus acciones, estimula al pecador a creer que Dios lo salvará mientras continúa en lo que sabe que es pecado.
Satanás engaña a muchos con la sugestiva teoría de un amor divino tan grande que excusará todos sus pecados.
Cristo puede salvar hasta lo sumo a todos los que se acercan a él con fe. Si se lo permiten, los limpiará de toda contaminación; pero si se aferran a sus pecados no hay posibilidad de ser salvos, pues la justicia de Cristo no cubre los pecados por los cuales no ha habido arrepentimiento. Dios ha declarado que aquellos que reciben a Cristo como a su Redentor, aceptándolo como Aquel que quita todo pecado, recibirán el perdón de sus transgresiones.
Por causa del pecado, Satanás fue expulsado del cielo; y ningún hombre que consienta o fomente el pecado puede ir al cielo, porque entonces Satanás tendría nuevamente entrada allí.
La iglesia es en gran medida responsable por los pecados cometidos por sus miembros. Presta apoyo al mal si no alza su voz contra él.
El acto de tentar es de Satanás, pero el de ceder es vuestro. Toda la hueste de Satanás no tiene poder para forzar al tentado a ceder. No hay excusa para el pecado.
Sólo Dios pone enemistad contra el pecado en el corazón humano.
Para el pecado, dondequiera que se encuentre, “nuestro Dios es fuego consumidor.” En todos los que se someten a su poder, el Espíritu de Dios consumirá el pecado. Pero si los hombres se aferran al pecado, llegan a identificarse con él. Entonces la gloria de Dios que destruye el pecado, debe destruirlos a ellos también.
Si cerramos nuestros ojos a la luz por temor a ver nuestros errores, que no estamos dispuestos a abandonar, nuestros pecados no resultan disminuidos, sino aumentados.
Un solo descuido de las elevadas exigencias del deber, puede ser el comienzo de un proceder engañoso que os puede llevar a las filas de Satanás, aunque profeséis todo el tiempo amar a Dios y su causa.
Así como en la antigüedad los pecados del pueblo eran puestos por fe sobre la víctima ofrecida, y por la sangre de ésta se transferían figurativamente al santuario terrenal, así también, en el nuevo pacto, los pecados de los que se arrepienten son puestos por fe sobre Cristo, y transferidos, de hecho, al santuario celestial.
El poder que tenemos para vencer a Satanás es el resultado de que Cristo more en nosotros para así hacer su voluntad y las cosas que le agradan.
Si albergáis o excusáis el pecado, estáis sellando el destino de vuestra alma.
La historia de Acán enseña la solemne lección de que por el pecado de un hombre, el desagrado de Dios recaerá sobre un pueblo o una nación hasta que la transgresión sea descubierta y castigada. El pecado es corruptor por naturaleza. Un hombre infectado de esa lepra mortal puede transmitir la mancha miles. Los que ocupan posiciones de responsabilidad como guardianes del pueblo, traicionan la confianza depositada en ellos si no son fieles en buscar, descubrir y reprender el pecado. . .
La religión de Cristo significa más que el perdón del pecado; significa la extirpación de nuestros pecados y el llenado del vacío con los dones del Espíritu Santo.
Es el Espíritu Santo el que convence de pecado, y con el consentimiento del ser humano, lo expele del corazón.
El olvido es pecado. (ver párrafo)
Dios considera a su pueblo como un cuerpo, responsable por los pecados que existen en los individuos que están entre ellos. Si los dirigentes de la iglesia descuidan la investigación diligente de los pecados que traen el desagrado de Dios sobre el cuerpo, llegan a ser responsables por estos pecados.
La compasión ciega transige con el pecado y permite que el mal obrar acarree oprobio a la causa de Dios.
La eliminación de las manchas del pecado requiere la obra de toda una vida. Cada día se necesita hacer esfuerzos renovados para refrenar el yo y negarlo. Cada día hay nuevas batallas que pelear y victorias que ganar. Cada día el alma debe ejercitarse en fervientes súplicas ante Dios por las grandes victorias de la cruz.
Cada indulgencia en el pecado debilita el alma; y abre la puerta para que Satanás entre y tome el control de la mente, haciendo del individuo su siervo efectivo.
El ojo del Señor está sobre toda la obra, todos los planes, todas las imaginaciones de toda mente; él ve debajo de la superficie de las cosas, discierne los pensamientos y las Intenciones del corazón. No hay un hecho de tinieblas, no hay un plan, no hay una imaginación del corazón, no hay un pensamiento de la mente, que él no lea como un libro abierto. Todo hecho, toda palabra, todo motivo, es fielmente registrado en los libros por el gran Escudriñador del corazón que dijo: "Yo conozco tus obras".
Todo hábito que destruye las energías físicas, mentales o espirituales, es pecado.
Satanás está trabajando con todo su poder engañador para entrampar al mundo. Los hace creer que el gran sacrificio hecho por el Hijo fue hecho para abolir la Ley de Dios. Él representa a Cristo como opuesto a la Ley del gobierno de Dios en el cielo y en la tierra. (…) La muerte del amado Hijo de Dios muestra la inmutabilidad de La ley. Su muerte magnifica la Ley y la hace más honorable, y da evidencia a los hombres de su carácter inmutable. De sus propios labios se escuchan las palabras, “No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas; No he venido a destruir sino a cumplir.” La muerte de Cristo justifica las demandas de la ley. Pero la doctrina de los Nicolaitas se ha extendido diciendo que el Evangelio de Cristo ha dejado sin efecto la Ley de Dios; que “creyendo” somos librados de la necesidad de ser hacedores de la palabra. Pero esta es la doctrina de los Nicolaitas, la cual Cristo condenó tan severamente. Aquellos que enseñan esta doctrina tienen mucho que decir sobre la fe y la justificación de Cristo; pero ellos pervierten la verdad, y la hacen servir para la causa del error. Declaran que nosotros sólo tenemos que creer en Jesucristo, y que la fe es suficiente; que la justicia de Cristo es la credencial del pecador; que esta justicia imputada cumple la ley por nosotros, y que no estamos en la obligación de obedecer la ley de Dios.
Todo pecado es egoísmo. El primer pecado de Satanás fue el egoismo. El intentó adquirir poder, para exaltarse a sí mismo.
El que cedió una vez a la tentación cederá con más felicidad la segunda vez. Toda repetición del pecado disminuye la fuerza para resistir, ciega los ojos y ahoga la convicción.