Hay quienes manifiestan gran aflicción por sus parientes, sus amigos y protegidos, pero que fallan en ser buenos y considerados con aquellos que necesitan bondadosa simpatía, que necesitan consideración y amor. Con corazones fervientes preguntémonos: ¿Quién es mi prójimo? Nuestros prójimos no son solamente nuestros íntimos y amigos especiales; no son simplemente aquellos que pertenecen a nuestra iglesia o que piensan como nosotros. Nuestros prójimos son toda la familia humana. Debemos ser buenos con todos los hombres y especialmente con aquellos que son de la 50 familia de la fe.
Todo lo que hagamos para beneficiar y ayudar a nuestros semejantes nos beneficiará también a nosotros mismos.
Si veis un alma que necesita ayuda, entablad conversación con ella aun cuando no la conozcáis.
La mayor prueba de la sinceridad de nuestra obediencia a la ley de dios y de nuestra lealtad al redentor, es un amor desinteresado dispuesto al sacrificio por nuestro prójimo.