Hay miembros de iglesia, y aún predicadores, que han simpatizado con personas desleales que han sido reprochadas por sus errores, lo cual ha producido como resultado división de sentimientos. El que ha salido a cumplir su desagradable deber reprochando fielmente el error y el mal, se siente afligido y herido porque no recibe plena simpatía de sus hermanos en la predicación. Vuelve desanimado después de haber cumplido esos dolorosos deberes, deja caer su cruz y retiene los testimonios definidos y directos. Su alma queda envuelta en tinieblas y la iglesia sufre por faltar precisamente el testimonio que Dios se había propuesto que viviera entre su pueblo. Se cumple el propósito de Satanás cuando se suprime el testimonio fiel. Los que simpatizan fácilmente con el mal lo consideran como virtud, pero no comprenden que están ejerciendo una influencia desorganizadora y que ellos mismos están ayudando a llevar a cabo los planes de Satanás.
El verdadero pueblo de Dios, que toma a pecho el espíritu de la obra del Señor y la salvación de las almas, verá siempre al pecado en su verdadero carácter pecaminoso. Estará siempre de parte de los que denuncian claramente los pecados que tan fácilmente asedian a los hijos de Dios.
Aquellos que permanecen en defensa del honor de Dios y mantienen la pureza de la verdad a cualquier costo tendrán múltiples pruebas, como ocurrió con nuestro Salvador en el desierto de las tentaciones. Mientras que aquellos que tienen temperamentos complacientes, que no tienen valor para condenar el error, pero guardan silencio cuando se necesita su influencia para mantenerse en defensa de lo recto contra cualquier presión, pueden evitar muchos dolores de cabeza y eludir muchas perplejidades, pero también perderán una rica recompensa, si no sus propias almas. Testimonios para la Iglesia, Tomo 3, 333
Aquellos que en el temor de Dios se han aventurado a enfrentar fielmente el error y el pecado, llamando al pecado por el nombre que le corresponde, han cumplido con un deber desagradable que les ha acarreado gran sufrimiento emocional; consiguen la simpatía de unos pocos y sufren el menosprecio de muchos. Pero los simpatizantes de los pecadores reprendidos están del lado equivocado y cumplen los propósitos de Satanás para derrotar el designio de Dios. (sigue) Siempre se encontrarán aquellos que simpatizarán con los que están equivocados. Satanás tuvo simpatizantes en el cielo, y tomó consigo una gran cantidad de ángeles. Dios y Cristo y los ángeles celestiales estaban de un lado, y Satanás del otro. Pese al poder infinito y a la majestad de Dios y de Cristo, hubo ángeles que se volvieron desleales. Las insinuaciones de Satanás tuvieron efecto y ellos realmente llegaron a creer que el Padre y el Hijo eran sus enemigos y que Satanás era su benefactor. Satanás tiene el mismo poder y el mismo control sobre las mentes ahora, sólo que lo ha centuplicado mediante el ejercicio y la experiencia.
Siempre habrá quienes desprecien al que se atreva a reprender el pecado; pero hay ocasiones en que debe darse la reprensión. (…) A medida que los defectos se desarrollen, requerirán reprensión. Si los que se hallan en puestos importantes no los reprendieran nunca ni exhortasen, pronto se produciría una condición de desmoralización que deshonraría grandemente a Dios.
¿Quienes están siguiendo el consejo de Dios en este tiempo? ¿Son aquellos que virtualmente excusan los males entre el profeso pueblo de Dios y quienes murmuran en su corazón, aunque no abiertamente, contra aquellos que reprenden el pecado? ¿Son aquellos que se colocan contra quienes reprenden el pecado y simpatizan con los que obran el mal? ¡Ciertamente no! A no ser que se arrepientan, y dejen el trabajo de Satanás al oprimir a aquellos que tienen la pesada carga de denunciar los pecadores de Sión, nuca recibirán el sello de aprobación de Dios. Ellos caerán en la destrucción general de los impíos…
Nunca la censura y el reproche han rescatado a nadie de una posición errónea, sino que han alejado a muchos de la verdad y han endurecido sus corazones contra el convencimiento.
Los judíos (…) rechazaron las enseñanzas de Cristo porque reprendía sus pecados.
El testimonio escrutador del Espíritu de Dios "separará a los de Israel que han combatido los medios que Dios ha establecido para mantener libre de corrupciones a la iglesia. Hay que llamar al error por su nombre. Los pecados graves tienen que ser censurados como corresponde. Todos los hijos de Dios debieran acercarse más a él... Entonces verán el pecado en la verdadera luz y comprenderán cuán ofensivo es para Dios". "El testimonio claro y directo debe vivir en la iglesia, porque en caso contrario la maldición de Dios descansará sobre su pueblo con tanta seguridad como pesó sobre Israel debido a sus pecados".
Los que destruyen el efecto de la advertencia, cegando los ojos de los pecadores para que no vean el carácter y los verdaderos resultados del pecado, a menudo se lisonjean de que en esa forma demuestran su caridad; pero lo que hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu Santo de Dios e impedirla;
Aunque el amor de Dios transforma a su poseedor en manso y humilde de espíritu, erradicando todo odio y venganza, todo aquello que no es santo; sin embargo, no dejará al cristiano sin poder para oponerse y reprender el pecado. Si hay errores peligrosos que amenazan la fe; ya sea a través del esfuerzo de miembros de iglesia engañados o falsos pastores, serán denunciados y se les opondrá con firme decisión.
La censura y el oprobio no rescataron jamás a nadie de una posición errónea; pero ahuyentaron de Cristo a muchos y los indujeron a cerrar sus corazones para no dejarse convencer. Un espíritu bondadoso y un trato benigno y persuasivo pueden salvar a los perdidos y cubrir multitud de pecados. La revelación de Cristo en nuestro propio carácter tendrá un poder transformador sobre aquellos con quienes nos relacionemos.
El verdadero pueblo de Dios estará siempre de parte de los que denuncian claramente los pecados que tan fácilmente asedian a los hijos de Dios.
Los que yerran no pueden ser restaurados de otra manera alguna que por el espíritu de mansedumbre, amabilidad y tierno amor.
Los que dan un franco testimonio contra el pecado, tan ciertamente serán aborrecidos como lo fue el Maestro que les dio esa obra para hacerla en su nombre. Al igual que Cristo, serán llamados enemigos de la iglesia y de la religión, y mientras más fervientes y leales sus esfuerzos para honrar a Dios, más amarga será la enemistad de los impíos e hipócritas. Pero no nos debemos desanimar cuando seamos tratados así.
"¿Dónde están los atalayas que deberían estar de pie sobre las murallas de Sion? ¿Están durmiendo?
Estamos viviendo en los últimos días de la historia terrena, y no debe sorprendernos nada que ocurra en términos de apostasía y de negación de la verdad. La incredulidad se ha convertido ahora en un arte que los hombres ejercen para la destrucción de sus almas. Existe constantemente el peligro de la existencia de impostores entre los predicadores del púlpito, cuyas vidas contradigan las palabras que pronuncian; pero la voz de advertencia y amonestación se escuchará mientras dure el tiempo; y los que sean culpables de transacciones que nunca deberían haber realizado, cuando sean reprochados o aconsejados mediante los instrumentos señalados por el Señor, resistirán el mensaje y rehusarán ser corregidos. Seguirán adelante tal como lo hicieron Faraón y Nabucodonosor, hasta que el Señor les quite la razón y sus corazones ya no puedan ser impresionados. Oirán la palabra del Señor, pero si prefieren no prestarle atención, el Señor los hará responsables de su propia ruina.
¿Piensa alguien que los mensajes de amonestación no llegarán hasta aquellos a quienes Dios reprocha? Los que son reprochados pueden levantarse indignados y procurar acallar mediante la ley al mensajero de Dios; pero al hacer esto no están poniendo la ley sobre el mensajero sino sobre Cristo, quien dio el reproche y la amonestación. Cuando los hombres ponen en peligro la obra y la causa de Dios debido a su conducta equivocada, ¿no oirán la voz de reproche? Si esto tuviera que ver únicamente con el que hace el mal, si el daño no pasara de él, entonces él solo debería recibir las palabras de amonestación; pero cuando su conducta provoca un daño definido a la causa de la verdad, y pone en peligro a las almas, Dios requiere que la advertencia se proclame con la misma amplitud que tiene el perjuicio que se ha realizado.
Los que destruyen el efecto de la advertencia (…) lo que hacen es oponerse directamente a la obra del Espíritu Santo de Dios e impedirla.
Cuan pocos aceptan la reprensión con gratitud de corazón, y bendicen a los que tratan de evitarles que sigan un sendero malo.
Sustituir la santidad del corazón y la vida por las formas exteriores de la religión, es tan agradable para la naturaleza no renovada hoy como en los días de esos maestros judíos. Hoy, como entonces, hay falsos guías espirituales, a cuyas doctrinas muchos prestan atención ansiosamente. El esfuerzo premeditado de Satanás procura apartar las mentes de la esperanza de salvación mediante la fe en Cristo y la obediencia a la ley de Dios. En toda época el gran enemigo adapta sus tentaciones a los prejuicios e inclinaciones de aquellos a quienes trata de engañar. En los tiempos apostólicos inducía a los judíos a exaltar la ley ceremonial y a rechazar a Cristo; y actualmente induce a muchos profesos cristianos, con el pretexto de honrar a Cristo, a menospreciar la ley moral y a enseñar que sus preceptos pueden ser transgredidos impunemente. Es el deber de todo siervo de Dios resistir firmemente a estos pervertidores de la fe y, por la palabra de verdad, exponer denodadamente sus errores.
Estamos viviendo en los últimos días, cuando la verdad debe ser hablada, cuando debe ser dada al mundo en forma de reproche y amonestaciones, cualesquiera sean las consecuencias. Si hay algunos que se ofenden y abandonan la verdad, debemos tener en cuenta que hubo personas tales que hicieron lo mismo en los días de Cristo...
Nadie rehúse ser reprendido por su mal proceder, ni acuse a los siervos de Dios de ser demasiado celosos al procurar limpiar de malas acciones el campamento. Un Dios que aborrece el pecado invita a los que aseveran guardar su ley a que se aparten de toda iniquidad.
El espíritu de oposición a la reprensión, que condujo a la persecución y encarcelamiento de Jeremías, existe hoy. Muchos se niegan a escuchar las repetidas amonestaciones, y prefieren escuchar a los falsos maestros que halagan su vanidad y pasan por alto su mal proceder.
Hasta el fin del tiempo, se levantarán hombres que querrán crear confusión y rebelión entre los que aseveran ser representantes del Dios verdadero. Los que profetizan mentiras alentarán a los hombres a considerar el pecado como cosa liviana. Cuando queden manifiestos los terribles resultados de sus malas acciones, procurarán, si pueden, responsabilizar de sus dificultades al que los amonestó fielmente, así como los judíos culparon de su mala suerte a Jeremías.
En el tiempo del fin, los hijos de Dios estarán suspirando y clamando por las abominaciones cometidas en la tierra. Con lágrimas advertirán a los impíos el peligro que corren al pisotear la ley divina, y con tristeza indecible y penitencia se humillarán delante del Señor.
Cualquier influencia tendiente a hacer vacilar la fe del pueblo de Dios en su poder guiador debe ser resistida con firmeza.
El que reprende el mal debe revelar siempre el espíritu de Cristo.
Hoy hay falsos guías espirituales, a cuyas doctrinas muchos prestan atención ansiosamente. (….) Es el deber de todo siervo de Dios resistir firmemente a estos pervertidores de la fe y, por la palabra de verdad, exponer valientemente sus errores.
Odiar y reprender el pecado y al mismo tiempo manifestar misericordia y ternura hacia el pecador, es tarea difícil. Cuanto más fervoroso sea nuestro esfuerzo para obtener santidad de vida y corazón, tanto más aguda será nuestra percepción del pecado y más decidida nuestra desaprobación frente a cualquier desviación de lo recto. Debemos cuidarnos de no ser excesivamente severos hacia los que obran mal, pero al mismo tiempo no debemos perder de vista la suma gravedad del pecado. Es necesario manifestar paciencia y amor cristiano por el pecador; pero también existe el peligro de ser tan tolerantes con sus errores, que le parezca inmerecida la reprensión, y la rechace como innecesaria e injusta. A veces los ministros del Evangelio causan mucho daño al permitir que su lenidad hacia los que yerran degenere en tolerancia de pecados y hasta en su participación en ellos. De este modo son inducidos a excusar y no darle importancia a lo que Dios condena; y después de un tiempo se ciegan de tal modo que son capaces de elogiar a los mismos a quienes Dios les ordenó reprender.
Temiendo que la disposición mansa y acomodaticia de Timoteo lo indujese a rehuir una parte esencial de su obra, Pablo lo exhortó a ser fiel en reprender el pecado, hasta en reprender vivamente a los que fuesen culpables de graves males. Sin embargo, había de hacerlo "con toda paciencia y doctrina."
En todas las circunstancias la reprensión debe ser hecha con amor.
Cuando el error es evidente entre los hijos de Dios y sus servidores los consideran con indiferencia, implícitamente están apoyando y justificando al pecador, y son igualmente culpables, y lo mismo que ellos serán objeto del desagrado divino; y además serán considerados responsables de los pecados de los culpables.
La única manera de restaurar a los que han cometido errores es por medio de un espíritu de humildad, bondad y tierno amor.
Si en alguna cosa he fallado, ha sido en no reprender el pecado más decididamente y con mayor firmeza.
El aumento de la impiedad exige una amonestación tanto más decidida al arrepentimiento.
Las burlas y los reproches apasionados nunca producen reforma.
Cuando sea necesario dar una reprensión hágase esta desagradable tarea con tristeza y amor.
Cuando se ha de hacer un reproche severo, puede, sin embargo, hacerse con bondad. (…) Haga que, a toda corrección, sigan las gotas de la bondad.
Debemos decir la verdad con amor, (…) el Espíritu Santo llevará al alma, la palabra dicha con amor.
Él descarriado, no puede ser restaurado de otra manera, que con un espíritu de mansedumbre y tierno amor.
Nadie mejorará nunca mediante la acusación y la recriminación.
Por causa del pecado, Satanás fue expulsado del cielo; y ningún hombre que consienta o fomente el pecado puede ir al cielo, porque entonces Satanás tendría nuevamente entrada allí.
La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en los más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la verdad, aunque se desplomen los cielos.
Dios mismo había establecido el orden del cielo, y Lucifer al apartarse de él, iba a deshonrar a su Creador y a atraer la ruina sobre si mismo. Pero la amonestación dada con un espíritu de amor y misericordia infinitos sólo despertó espíritu de resistencia. (CS, 548) … La reprensión del pecado despierta aún el espíritu de odio y resistencia. Cuando los mensajeros que Dios envía para amonestar tocan a la conciencia, Satanás induce a los hombres a que se justifiquen y a que busquen la simpatía de otros en su camino de pecado. En lugar de enmendar sus errores, despiertan la indignación contra el que los reprende, como si éste fuera la única causa de la dificultad. Desde los días del justo Abel hasta los nuestros, tal ha sido el espíritu que se ha manifestado contra quienes osaron condenar el pecado.
Habrá hombres de fe y de oración que se sentirán impelidos a declarar con santo entusiasmo las palabras que Dios les inspire. Los pecados de Babilonia serán denunciados. Los resultados funestos y espantosos de la imposición de las observancias de la iglesia por la autoridad civil, las invasiones del espiritismo, los progresos secretos pero rápidos del poder papal, todo será desenmascarado. Estas solemnes amonestaciones conmoverán al pueblo. . . Cuando el pueblo acuda a sus antiguos conductores espirituales a preguntarles con ansia: ¿Son estas cosas así? los ministros aducirán fábulas, profetizarán cosas agradables para calmar los temores y tranquilizar las conciencias despertadas. Pero como muchas personas no se contentan con las meras razones de los hombres y exigen un positivo "Así dice Jehová", los ministros populares, como los fariseos de antaño, airándose al ver que se pone en duda su autoridad, denunciarán el mensaje como si viniese de Satanás e incitarán a las multitudes dadas al pecado a que injurien y persigan a los que lo proclaman.
Los miembros de la iglesia que están despiertos se levantarán ante la emergencia para presentar las manifestaciones del poder satánico en su verdadera luz delante de la gente.
Dios no envía mensajeros para que adulen al pecador. No da mensajes para colocar en una seguridad fatal a los que no están santificados. Impone pesadas cargas a la conciencia del que hace el mal, y atraviesa el alma con flechas de convicción. Los ángeles ministradores le presentan los temibles juicios de Dios para ahondar el sentido de su necesidad, e impulsarle a clamar: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Entonces la mano que humilló en el polvo levanta al penitente.
Al siervo de Dios en nuestros días se dirige la orden: ¡Alza tu voz como trompeta! ¡Declara a mi pueblo su trasgresión, a la casa de Jacob sus pecados!
Los siervos de Dios deben levantarse, clamar y no escatimar esfuerzos para declarar “a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado.
El Señor ha suscitado mensajeros, los ha dotado de su Espíritu, y les ha dicho: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado.” No corra nadie el riesgo de interponerse entre el pueblo y el mensaje del cielo. Este mensaje llegará a la gente; y si no hubiese voz entre los hombres para darlo, las mismas piedras clamarían.
Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros mediante la reprensión, la advertencia y el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos. Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber.
La historia de Acán enseña la solemne lección de que, por el pecado de un hombre, el desagrado de Dios recaerá sobre un pueblo o una nación hasta que la trasgresión sea descubierta y castigada. El pecado es corruptor por naturaleza. Un hombre infectado de esa lepra mortal puede transmitir la mancha a miles. Los que ocupan posiciones de responsabilidad como guardianes del pueblo, traicionan la confianza depositada en ellos si no son fieles en buscar, descubrir y reprender el pecado. . .
En la obra de reforma que debe ejecutarse hoy, se necesitan hombres que, como Esdras y Nehemías, no reconocerán paliativos ni excusas para el pecado, ni rehuirán de vindicar el honor de Dios. Aquellos sobre quienes recae el peso de esta obra no callarán cuando vean que se obra mal ni cubrirán a éste con un manto de falsa caridad. Recordarán que Dios no hace acepción de personas y que la severidad hacia unos pocos puede resultar en misericordia para muchos.
En nuestros días hay muchos falsos profetas que no consideran que el pecado sea repulsivo. Se quejan de que las reprensiones y las advertencias de los mensajeros de Dios alteran innecesariamente la paz del pueblo.
Satanás ha tomado todas las medidas posibles para evitar que se produzca algo entre nosotros, como pueblo, que nos reprenda, nos reproche, y nos exhorte a dejar a un lado nuestros errores. Pero hay un pueblo que llevará el arca de Dios. Hay un pueblo que llevará el Arca de Dios. Algunos que no querrán seguir llevando el Arca saldrán de entre nosotros. Pero éstos no podrán levantar vallas para obstruir la verdad; ésta irá hacia adelante y hacia arriba y hasta el fin.
El siervo de Dios no debe permitir que su propio espíritu se interponga con la reprensión que se le manda a dar, sino que está bajo la obligación más solemne de presentar la palabra de Dios, sin temor ni concesiones.
La incredulidad y el aborrecimiento del reproche levantarán influencias satánicas.
“Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros por el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos”.
“La historia de Acán enseña la solemne lección de que, por el pecado de un hombre, el desagrado de Dios recaerá sobre un pueblo o una nación hasta que la transgresión sea descubierta y castigada. El pecado es corruptor por naturaleza. Un hombre infectado de esa lepra mortal puede transmitir la mancha miles. Los que ocupan posiciones de responsabilidad como guardianes del pueblo, traicionan la confianza depositada en ellos si no son fieles en buscar, descubrir y reprender el pecado...”.
“Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios y él no los ha estorbado”. (1 Sam. 3:13). Elí era un hombre bueno, de conducta pura, pero demasiado indulgentes. Incurrió en el desagrado de Dios porque no fortaleció los puntos débiles de su carácter. No quería herir los sentimientos de nadie y no tenía el valor moral de reprender y condenar el pecado. Amaba la pureza y la justicia; pero no tenía la fuerza moral suficiente para suprimir el mal. Amaba la paz y la armonía, y se volvió cada vez más insensible respecto a la impureza y el crimen. Elí era amable, afectuoso y de buen corazón, y tenía verdadero interés en el servicio de Dios y la prosperidad de su causa. Era un hombre de poder en la oración. Nunca se rebeló contra las palabras de Dios. Pero le faltaba algo: no tenía la disposición de carácter para condenar el pecado y cumplir la justicia contra el pecador de tal manera que Dios pudiera confiar en él para mantener a Israel puro. No agregó a su fe el valor y el poder para decir No en el momento y en el lugar adecuados (4T:516-517). Elí estaba familiarizado con la verdad divina. Sabía qué clase de caracteres Dios aprueba, y cuáles condena. Sin embargo permitió que sus hijos crecieran con pasiones desenfrenadas, apetitos pervertidos y conducta corrompida. Elí había educado a sus hijos en la ley de Dios, y les había dado un buen ejemplo con su propia vida; pero no terminaba allí su deber. Dios le exigía, como padre y como sacerdote, que los refrenara para que no siguieran su propia voluntad perversa. En esto había fallado (2CBA:1009). Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros por el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos
“Entonces Elías tisbita... dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra. (1 Reyes 17: ). Entre las montañas de Galaad, al oriente del Jordán, moraba en los días de Acab un hombre de fe y oración cuyo ministerio intrépido estaba destinado a detener la rápida extensión de la apostasía en Israel. Alejado de toda ciudad de renombre y sin ocupar un puesto elevado en la vida, Elías el tisbita inició sin embargo su misión confiando en el propósito que Dios tenía de preparar el camino delante de él y darle abundante éxito. La palabra de fe y de poder estaba en sus labios, y consagraba toda su vida a la obra de reforma. La suya era la voz de quien clama en el desierto para reprender el pecado y rechazar la marea del mal. Y aunque se presentó al pueblo para reprender el pecado, su mensaje ofrecía el bálsamo de Galaad a las almas enfermas de pecado que deseaban ser sanadas... A Elías fue confiada la misión de comunicar a Acab el mensaje relativo al juicio del cielo. El no procuró ser mensajero del Señor; la palabra del Señor le fue confiada. Y lleno de celo por el honor de la causa de Dios, no vaciló en obedecer la orden divina, aun cuando obedecer era como buscar una presta destrucción a manos del rey impío... Fue tan solo por su fe poderosa en el poder infalible de la palabra de Dios como Elías entregó su mensaje. Si no le hubiese dominado una confianza implícita en Aquel a quien servía, nunca habría comparecido ante Acab. Mientras se dirigía a Samaria, Elías había pasado al lado de arroyos inagotables, colinas verdeantes, bosques imponentes que parecían inalcanzables para la sequía. Todo lo que se veía estaba revestido de belleza. El profeta podría haberse preguntado como iban a secarse los arroyos que nunca habían cesado de fluir y como podrían ser quemados por la sequía aquellos valles y colinas. Pero no dio cabida a la incredulidad. Creía firmemente que Dios iba a humillar al apóstata Israel, y que los castigos inducirían a éste a arrepentirse. El decreto del Cielo había sido dado; no podía la palabra de Dios dejar de cumplirse; y con riesgo de su vida Elías cumplió intrépidamente su comisión
“Los altos juncos que crecían al lado del Jordán, inclinándose al empuje de la brisa, eran adecuados símbolos de los rabinos que se habían erigido en críticos y jueces de la misión del Bautista. Eran agitados a uno y otro lado por los vientos de la opinión popular. No querían humillarse para recibir el mensaje escrutador del Bautista, y sin embargo, por temor a la gente, no se atrevían a oponerse abiertamente a su obra. Pero el mensajero de Dios no tenía tal espíritu pusilánime. Las multitudes que se reunían alrededor de Cristo habían presenciado las obras de Juan. Le habían oído reprender intrépidamente el pecado. A los fariseos que se creían justos, a los sacerdotales saduceos, al rey Herodes y su corte, príncipes y soldados, publicanos y campesinos, Juan había hablado con igual llaneza. No era una caña temblorosa, agitada por los vientos de la alabanza o el prejuicio humanos. Era en la cárcel el mismo en su lealtad a Dios y celo por la justicia, que cuando predicaba el mensaje de Dios en el desierto. Era tan firme como una roca en su fidelidad a los buenos principios”.
“Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria a Jehová el Dios de Israel, y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras”. Josué 7:19. La historia de Acán nos enseña la solemne lección de que por el pecado de un hombre el desagrado de Dios puede descansar sobre un pueblo o una nación, hasta que se descubre y castiga la transgresión. El pecado es corruptor por naturaleza. Un hombre infectado por esta lepra mortal puede comunicar la mancha a miles... Muchos no se atreven a condenar la iniquidad, no sea que debido a ello sacrifiquen su puesto o su popularidad. Y algunos consideran que no es caritativo reprender el pecado. El siervo de Dios... está bajo la solemne obligación de presentar la Palabra del Señor, sin temor o favoritismo. Debe dar al pecado el nombre que le corresponde... El amor a Dios nunca debe inducirnos a empequeñecer el pecado; nunca debe encubrir ni excusar un mal inconfesado. Acán aprendió demasiado tarde que la ley de Dios, lo mismo que su Autor, es inmutable. Tiene que ver con todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos. Nos sigue, y alcanza cada impulso secreto. Al abandonarse al pecado, los hombres llegan a considerar livianamente la ley de Dios. Muchos ocultan las transgresiones de sus semejantes, y se consuelan diciéndose que Dios no será estricto para señalar la iniquidad. Pero su ley es la gran norma de la rectitud, y con ella será comparado todo acto de la vida en ese día cuando Dios traerá toda obra a juicio, y todo acto secreto, sea bueno o malo. La pureza de corazón, producirá pureza de vida. Todas las excusas en favor del pecado son vanas. ¿Quién podrá defender al pecador si Dios da testimonio contra él?
“Por la manifestación de su Espíritu, Dios obra para reprender y convencer al pecador; y si se rechaza finalmente la obra del Espíritu, nada queda ya que Dios pueda hacer por el alma. Se empleó el último recurso de la misericordia divina. El transgresor se aisló totalmente de Dios; y el pecado no tiene ya cura. No hay ya reserva de poder mediante la cual Dios pueda obrar para convencer y convertir al pecador. "Déjalo" (Ose. 4: 17), es la orden divina. Entonces "ya no queda sacrificio por el pecado, sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios." (Heb. 10:26-27)”.
“A Elí, como sumo sacerdote y juez de Israel, Dios le consideraba responsable por la condición moral y religiosa de su pueblo, y en un sentido muy especial, por el carácter de sus hijos. El debió haber procurado refrenar primero la impiedad por medidas benignas; pero si éstas no daban resultados positivos, debiera haber dominado el mal por los medios más severos. Provocó el desagrado del Señor al no reprender el pecado ni ejecutar justicia sobre el pecador. No se podría confiar en él para que mantuviera puro a Israel. Aquellos que no tienen suficiente valor para reprender el mal, o que por indolencia o falta de interés no hacen esfuerzos fervientes para purificar la familia o la iglesia de Dios, son considerados responsables del mal que resulte de su descuido del deber. Somos tan responsables de los males que hubiéramos podido impedir en otros por el ejercicio de la autoridad paternal o pastoral, como si hubiésemos cometido los tales hechos nosotros mismos. Elí no administró su casa de acuerdo con los reglamentos que Dios dio para el gobierno de la familia. Siguió su propio juicio. El padre indulgente pasó por alto las faltas y los pecados de sus hijos en su niñez, lisonjeándose de que después de algún tiempo, al crecer, abandonarían sus tendencias impías. Muchos están cometiendo ahora un error semejante. Creen conocer una manera mejor de educar a sus hijos que la indicada por Dios en su Palabra. Fomentan tendencias malas en ellos y se excusan diciendo: "Son demasiado jóvenes para ser castigados. Esperemos que sean mayores, y se pueda razonar con ellos". En esta forma se permite que los malos hábitos se fortalezcan hasta convertirse en una segunda naturaleza. Los niños crecen sin freno, con rasgos de carácter que serán una maldición para ellos durante toda su vida, y que propenderán a reproducirse en otros. No hay maldición más grande en una casa que la de permitir a los niños que hagan su propia voluntad. Cuando los padres acceden a todos los deseos de sus hijos y les permiten participar en cosas que reconocen perjudiciales, los hijos pierden pronto todo respeto por sus padres, toda consideración por la autoridad de Dios o del hombre, y son llevados cautivos de la voluntad de Satanás. La influencia de una familia mal gobernada se difunde, y es desastrosa para toda la sociedad. Se acumula en una ola de maldad que afecta a las familias, las comunidades y los gobiernos. A causa de su cargo, la influencia de Elí era mayor que si hubiera sido un hombre común. Su vida familiar se imitaba por doquiera en Israel. Los resultados funestos de su negligencia y de sus costumbres indulgentes se podían ver en miles de hogares que seguían el modelo de su ejemplo. Si se toleran las prácticas impías en los hijos mientras que los padres hacen profesión de religión, la verdad de Dios queda expuesta al oprobio. La mejor prueba del cristianismo en un hogar es la clase de carácter engendrada por su influencia. Las acciones hablan en voz mucho más alta que la profesión de piedad más positiva. Si los que profesan la religión, en vez de hacer esfuerzos fervientes, persistentes y concienzudos para criar una familia bien ordenada como testimonio de los beneficios que reporta la fe en Dios, son flojos en el gobierno de la casa y toleran los malos deseos de sus hijos, obran como Elí y acarrean deshonra a la causa de Cristo, y ruina para si mismos y sus familias. Pero por grandes que sean los males debidos a la infidelidad paternal en cualquier circunstancia, son diez veces mayores cuando existen en las familias de quienes fueron designados maestros del pueblo. Cuando éstos no gobiernan sus propias casas, desvían por su mal ejemplo a muchos del buen camino. Su culpabilidad es tanto mayor que la de los demás cuanto mayor es la responsabilidad de su cargo”.
En el caso del pecado de Acán, Dios dijo a Josué: "Ni seré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros". (Josué 7:12). ¿Cómo se compara este caso con la conducta seguida por los que no quieren alzar la voz con el pecado y el mal, sino que siempre simpatizan con aquellos que perturban el campamento de Israel con sus pecados? Dios dijo a Josué: "No podrás estar delante de tus enemigos, hasta tanto que hayáis quitado el anatema de en medio de vosotros". (Verso 13) Pronunció el castigo que debía seguir a la transgresión de su pacto. Josué inició entonces una diligente búsqueda para descubrir al culpable. Consideró a Israel por tribus, luego por familias, y al fin individualmente; y Acán fue descubierto como el culpable. Pero, a fin de que el asunto fuese claro para todo Israel y que no hubiese ocasión de murmurar y decir que se había hecho sufrir a un inocente, Josué obró con método. Sabía que Acán era el transgresor y que había ocultado su pecado y provocado la ira de Dios contra su pueblo. Indujo discretamente a Acán a que confesara su pecado, a fin de que el honor y la justicia de Dios fuesen vindicados delante de Israel. "Entonces Josué dijo a Acán: Hijo mío, da gloria ahora a Jehová el Dios de Israel y dale alabanza, y declárame ahora lo que has hecho; no me lo encubras”. "Y Acán respondió a Josué, diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel, y he hecho así y así: Que vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un changote de oro de peso de cincuenta siclos; lo cual codicié y tomé: y he aquí que está escondido debajo de tierra en el medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello. Josué entonces envió mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda; y he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero debajo de ello: y tomándolo de en medio de la tienda, trajéronlo a Josué y a todos los hijos de Israel, y pusiéronlo delante de Jehová. Entonces Josué y todo Israel con él, tomó a Acán hijo de Zera, y el dinero, y el manto, y el changote de oro, y sus hijos, y sus hijas, y sus bueyes, y sus asnos, y sus ovejas, y su tienda, y todo cuanto tenía, y lleváronlo todo al valle de Achor; y dijo Josué: ¿Por qué nos has turbado? Túrbete Jehová en este día. Y todos los israelitas los apedrearon y los quemaron a fuego, después de apedrearles con piedras". (Josué 7:19-25). El Señor dijo a Josué que Acán no solamente había tomado las cosas que él les había encargado positivamente que no se tocasen, para no incurrir en maldición, sino que también las había ocultado. El Señor había dicho que Jericó y todos sus despojos debían ser consumidos, excepto el oro y la plata, que habían de reservarse para la tesorería del Señor. La victoria que fue la toma de Jericó no se obtuvo por la guerra, ni porque el pueblo se expusiera a peligros. El Capitán del ejército de Jehová había conducido las huestes del cielo. La batalla había sido del Señor; era él quien la había peleado. Los hijos de Israel no asestaron un solo golpe. La victoria y la gloria pertenecían al Señor, y los despojos eran suyos. Indicó que todo debía ser consumido excepto el oro y la plata que se reservaban para su tesorería. Acán comprendía bien la reserva hecha y sabía que los tesoros de oro y plata que él codiciaba pertenecían al Señor. Robó a la tesorería del Señor para su propio beneficio”.
“El apóstol Pablo afirma claramente que lo experimentado por los israelitas en sus viajes fue registrado para beneficio de los que viven en esta época, aquellos en quienes los fines de los siglos han parado. No consideramos que nuestros peligros sean menores que aquellos que corrieron los hebreos, sino mayores. Seremos tentados a manifestar celos y a murmurar, y habrá rebelión abierta, según se registra acerca del antiguo Israel. Habrá siempre un espíritu tendiente a levantarse contra la reprensión de pecados y males. Pero, ¿deberá callarse la voz de reprensión por causa de esto? En tal caso, no estaremos en mejor condición que las diversas denominaciones del país que temen mencionar los errores y pecados predominantes en el pueblo. Aquellos a quienes Dios apartó como ministros de la justicia tienen solemnes responsabilidades en lo que se refiere a reprender los pecados del pueblo. Pablo ordenó a Tito: "Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad. Nadie te desprecie". (Tito 2:15). Siempre habrá quienes desprecien al que se atreva a reprender el pecado; pero hay ocasiones en que debe darse la reprensión. Pablo incitó a Tito a que reprendiese severamente a ciertas clases de personas, para que fuesen sanas en la fe. Los hombres y las mujeres de diferentes temperamentos que se reúnen para formar la iglesia, tienen peculiaridades y defectos. A medida que éstos se desarrollen, requerirán reprensión. Si los que se hallan en puestos importantes no los reprendiesen nunca ni exhortasen, pronto se produciría una condición de desmoralización que deshonraría grandemente a Dios. Pero, ¿cómo será dada la reprensión? Dejemos contestar al apóstol: "Con toda paciencia y doctrina". (2 Tim. 4:2). Los buenos principios deben aplicarse a la persona que necesite reprensión, pero nunca se deben pasar por alto, con indiferencia, los males que haya entre el pueblo de Dios. Habrá hombres y mujeres que desprecien la reprensión y que siempre se rebelarán contra ella. No es agradable que se nos presenten las cosas malas que hacemos. En casi cualquier caso en que sea necesaria la reprensión, habrá quienes pasen completamente por alto el hecho de que el Espíritu del Señor ha sido contristado y su causa cubierta de oprobio. Estos se compadecerán de los que merecían reprensión, porque se han herido sus sentimientos personales. Toda esta simpatía no santificada hace que los simpatizantes participen de la culpa del que fue reprendido. En nueve casos de cada diez, si se hubiese permitido que la persona reprendida comprendiese su mala conducta, se le habría ayudado a reconocerla y por lo tanto se habría reformado. Pero los simpatizantes entrometidos y no santificados atribuyen falsos motivos al que reprende y a la naturaleza del reproche, y, simpatizando con la persona reprendida, la inducen a pensar que realmente se la maltrató y sus sentimientos se rebelan contra el que no ha hecho sino cumplir con su deber. Los que cumplen fielmente sus deberes desagradables, conociendo su responsabilidad ante Dios, recibirán su bendición. Dios exige que sus siervos estén siempre dispuestos a hacer su voluntad con fervor. En el encargo que da el apóstol a Timoteo, le exhorta así: "Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina". (2 Tim. 4:2). Los hebreos no estaban dispuestos a someterse a las instrucciones y restricciones del Señor. Querían simplemente hacer su voluntad, seguir los impulsos de su propia mente y ser dominados por su propio juicio. Si se les hubiese concedido esta libertad, no habrían proferido queja contra Moisés; pero se amotinaron bajo la restricción. Dios quiere que su pueblo sea disciplinado y que obre con armonía, a fin de que lo vea todo unánimemente y tenga un mismo sentir y criterio. Para producir este estado de cosas, hay mucho que hacer. El corazón carnal debe ser subyugado y transformado. Dios quiere que haya siempre un testimonio vivo en la iglesia. Será necesario reprender y exhortar, y a algunos habrá que hacerles severos reproches, según lo exija el caso. Oímos el argumento: "¡Oh, yo soy tan sensible que no puedo soportar el menor reproche!" Si estas personas presentasen su caso correctamente, dirían: "Soy tan voluntarioso, tan pagado de mi mismo, tan orgulloso que no tolero que se me den órdenes; no quiero que se me reprenda. Abogo por los derechos del juicio individual; tengo derecho a creer y hablar según me plazca". El Señor no desea que renunciemos a nuestra individualidad. Pero, ¿qué hombre es juez adecuado para saber hasta dónde debe llevarse este asunto de la independencia individual? Pedro recomienda a sus hermanos: "Igualmente, mancebos, sed sujetos a los ancianos; y todos sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes". (1 Pedro 5:5). También el apóstol Pablo exhorta a sus hermanos Filipenses a tener unidad y humildad: "Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo; si algún refrigerio de amor; si alguna comunión del Espíritu; si algunas entrañas y misericordias, cumplid mi gozo; que sintáis lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien en humildad, estimándoos inferiores los unos a los otros: No mirando cada uno a lo suyo propio, sino cada cual también a lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús". (Filip. 2:1-5). Y Pablo vuelve a exhortar así a sus hermanos: "El amor sea sin fingimiento: aborreciendo lo malo, allegándoos a lo bueno; amándoos los unos a los otros con caridad fraternal; previniéndoos con honra los unos a los otros". (Rom.12:9-10). "Sujetaos los unos a los otros en el temor de Dios". (Efe. 5:21). La historia de los israelitas nos presenta el grave peligro del engaño. Muchos no se dan cuenta del carácter pecaminoso de su propia naturaleza ni de lo que es la gracia del perdón. Están en las tinieblas de su naturaleza, sujetos a tentaciones y gran engaño. Viven lejos del Señor: y sin embargo están muy satisfechos de su vida cuando Dios aborrece su conducta. Esta clase de personas guerreará siempre contra la dirección del Espíritu de Dios, especialmente con la reprensión. No quiere ser perturbada. Ocasionalmente experimenta temores egoístas y buenos propósitos y a veces pensamientos de ansiedad y convicción; pero no tiene experiencia profunda porque no está ligada con la Roca eterna. Esta clase de personas no ve nunca la necesidad del testimonio claro. El pecado no le parece tan grave, porque no anda en la luz como Cristo está en la luz. Hay aún otra clase de personas que tiene gran luz y convicción especial, y una verdadera experiencia en la obra del Espíritu de Dios. Pero la han vencido las múltiples tentaciones de Satanás. No aprecia la luz que Dios le ha dado. No escucha las amonestaciones y reprensiones del Espíritu de Dios. Está bajo condenación. Dichas personas resistirán siempre el testimonio recto, porque éste las condena. Dios quiere que su pueblo sea una unidad; que sus hijos tengan un mismo parecer, un mismo ánimo y un mismo criterio. Esto no puede lograrse sin un testimonio claro, recto y vivo en la iglesia. La oración de Cristo era que los discípulos fuesen uno como él era uno con su Padre. "Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos. Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mi, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa; para que el mundo crea que tú me enviaste. Y yo, la gloria que me diste les he dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; y que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado, como también a mi me has amado". (Juan 17:20-23)”.
“En una visión que me fue dada el 12 de junio de 1868, me fue mostrado algo que justificaba plenamente mi conducta al publicar los testimonios personales. Cuando el Señor elige casos individuales y especifica sus errores, otros, que no han sido mostrados en visión, suponen frecuentemente que ellos están en lo recto, o casi. Si uno es reprendido por un mal especial, los hermanos y las hermanas deben examinarse cuidadosamente a si mismos para ver en qué han faltado y en qué han sido culpables del mismo pecado. Deben poseer el espíritu de confesión humilde. Si otros creen que tienen razón, no por esto resulta así. Dios mira el corazón. El está probando las almas de esta manera. Al reprender los males de uno quiere corregir a muchos. Pero si dejan de aceptar el reproche y se lisonjean de que Dios pasa por alto sus errores porque no los señala a ellos especialmente, engañan sus propias almas, y quedarán envueltos en las tinieblas, y serán abandonados a su propio camino, para seguir la imaginación de su propio corazón. Muchos están obrando falsamente con su propia alma y están en gran manera engañados acerca de su verdadera condición delante de Dios, El emplea los medios y modos que mejor sirven a su propósito, para probar lo que está en el corazón de los que profesan seguirle. Presenta claramente los errores de algunos, para que otros sean amonestados y rehuyan esos errores. Por el examen propio pueden descubrir que están haciendo las mismas cosas que Dios condena en otros. Si realmente desean servir a Dios y temen ofenderle, no esperarán que sus pecados sean especificados antes de confesarlos y volver al Señor con humilde arrepentimiento. Abandonarán las cosas que han desagradado a Dios, como puede verse por lo comunicado a otros. Si, por el contrario, los que no andan bien ven que son culpables de los mismos pecados que han sido reprendidos en otros, y sin embargo continúan en la misma conducta carente de consagración porque no han sido nombrados especialmente, hacen peligrar su propia alma, y serán llevados cautivos por Satanás según su voluntad. Me fue mostrado que en la sabiduría de Dios los errores y pecados de todos no serían revelados. Estos testimonios individuales se dirigen a todos los culpables, aunque los nombres de estos no estén incluidos en el testimonio especial que se haya dado; si las personas pasan por alto y cubren sus propios pecados porque sus nombres no han sido mencionados especialmente, Dios no las prosperará. No podrán adelantar en la vida divina, sino que se hundirán siempre más en las tinieblas hasta que la luz del cielo les sea completamente retraída”.
La reprensión del Señor reposará sobre los que quieran obstruir el camino a fin de que la gente no reciba luz más clara. Una gran obra ha de ser hecha, y Dios ve que nuestros dirigentes necesitan más luz, para unirse con los mensajeros que él envía a hacer la obra que él se propone sea hecha. El Señor ha suscitado mensajeros, los ha dotado de su Espíritu, y les ha dicho: "Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado."* No corra nadie el riesgo de interponerse entre el pueblo y el mensaje del cielo. Este mensaje llegará a la gente; y si no hubiese voz entre los hombres para darlo, las mismas piedras clamarían.