Dios obra día tras día, hora tras hora y en todo momento, para conservarnos la vida, fortalecernos y restaurarnos. Cuando alguna parte del cuerpo sufre perjuicio, empieza el proceso de curación; los agentes naturales actúan para restablecer la salud. Pero lo que obra por medio de estos agentes es el poder de Dios. Todo poder capaz de dar vida procede de él. Cuando alguien se repone de una enfermedad, es Dios quien lo sana.
La salud es una bendición inestimable, que está más íntimamente relacionada con la conciencia y la religión de lo que muchos se dan cuenta. Tiene mucho que ver con la capacidad de uno para servir, y debe ser guardada en forma tan sagrada como el carácter; porque cuanto más perfecta sea la salud, tanto más perfectos serán también nuestros esfuerzos para hacer progresar la causa de Dios y beneficiar a la humanidad.
El que permanece en ignorancia pecaminosa de las leyes de la salud y de la vida, o que viola voluntariamente estas leyes, peca contra Dios.
Todo hábito que perjudique la salud reacciona sobre la mente.
Sin ejercicio físico, nadie puede tener una constitución sana y salud vigorosa, y la disciplina del trabajo bien regulado, no es menos esencial para obtener un espíritu fuerte y activo que para adquirir un carácter noble.
Muchos, muchos serán rescatados de la degradación física, mental y moral mediante la influencia de la Reforma Pro-salud.
Todo lo que promueve la salud física, promueve el desarrollo de una mente fuerte y un carácter equilibrado.
Es tan pecado violar las leyes que rigen nuestro ser, como quebrantar uno de los diez mandamientos, porque no se puede hacer ninguna de las dos cosas sin quebrantar la ley de Dios.
La naturaleza es el médico de Dios.
Para poder tener perfecta salud, nuestros corazones deben estar llenos de amor, esperanza y gozo en Dios.
El amor que Cristo infunde en todo nuestro ser es un poder vivificante. Da salud a cada una de las partes vitales: el cerebro, el corazón y los nervios. Por su medio las energías más potentes de nuestro ser despiertan y entran en actividad. Libra al alma de culpa y tristeza, de la ansiedad y congoja que agotan las fuerzas de la vida. Con él vienen la serenidad y la calma. Implanta en el alma un gozo que nada en la tierra puede destruir: el gozo que hay en el Espíritu Santo, un gozo que da salud y vida.
El uso indebido de nuestras facultades físicas acorta el período de tiempo en el cual nuestras vidas pueden ser usadas para la gloria de Dios. Y ello nos incapacita para realizar la obra que Dios nos ha dado para hacer. Al permitirnos formar malos hábitos, acostándonos a horas avanzadas, complaciendo el apetito a expensas de la salud, colocamos los cimientos de nuestra debilidad. Descuidando el ejercicio físico, cansando demasiado la mente o el cuerpo, desequilibramos el sistema nervioso. Los que acortan su vida y se incapacitan para el servicio al no tener en cuenta las leyes naturales, son culpables de estar robando a Dios. Palabras de Vida del Gran Maestro, 281-282
La influencia del Espíritu de Dios es la mejor de todas las medicinas que puede recibir un ser humano enfermo.
Toda la ley que gobierna la maquinaria humana debe considerarse tan ciertamente divina en su origen, carácter e importancia como la Palabra de Dios. Toda acción descuidada y desatenta, cualquier abuso infligido al maravilloso mecanismo de la creación de Dios hecho al descuidar las leyes que él especificó acerca de la habitación humana, es una violación de la ley de Dios.
Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, y si fracasamos en hacer todo lo que está a nuestro alcance para colocar el cuerpo en la mejor condición de salud, estamos robando a Dios el honor que le debemos como seres creados por él.
Cuando viole las leyes que Dios ha establecido en mí ser, debo arrepentirme, reformarme.
No es posible disfrutar de salud sin trabajo.
El placer que se siente al hacer bien a otros imparte un resplandor a los sentimientos que se irradia por los nervios, estimula la circulación de la sangre e induce salud mental y física.
Algunos han cedido y usualmente beben té y café. Los que violan las leyes de la salud, se volverán mentalmente ciegos y violarán las leyes de Dios.
Dios ha escrito su ley en todo nervio y músculo, en toda fibra y función del cuerpo humano. La complacencia del apetito antinatural ya sea por el té, el café, el tabaco o el alcohol, es intemperancia, y se halla en guerra contra las leyes de la vida y la salud. Usando estos artículos prohibidos, se crea una condición en el organismo, que el Creador nunca se propuso que hubiera. Esta complacencia en cualquiera de los miembros de la familia humana es pecado. . . El comer alimentos que no producen buena sangre, es obrar en contra de las leyes de nuestro organismo físico, y en violación de la ley de Dios. La causa produce el efecto. El sufrimiento, la enfermedad y la muerte, son la penalidad segura de la complacencia Carta 123, 1899).
Hay que mantener puro y sin contaminación el sagrado templo del cuerpo, para que el Santo Espíritu de Dios pueda morar en él. Debemos conservar fielmente la propiedad del Señor, porque cualquier exceso que cometamos con nuestras facultades acortará el tiempo en que nuestra vida pueda ser usada para gloria de Dios. Tened presente que debemos consagrar todo, alma, cuerpo y espíritu, a Dios. Todo es la propiedad que él ha adquirido, y debemos usarla con discernimiento, a fin de conservar el talento de la vida. Al usar nuestras facultades en forma conveniente y al máximo con un, propósito útil, al conservar sanos nuestros órganos, al mantener nuestro organismo en buenas condiciones de manera que la mente, los tendones y los músculos trabajen en armonía, podemos rendir valiosísimo servicio al Señor. Cuando hacemos cuanto está de nuestra parte para estar bien de salud, podemos esperar benéficos resultados, y podemos pedir a Dios con fe que bendiga nuestros esfuerzos por conservar la salud.
El cuerpo es un medio muy importante de desarrollar la mente y el alma para la edificación del carácter. De ahí que el adversario de las almas encauce sus tentaciones para debilitar y degradar las facultades físicas. El éxito que obtiene en ello significa con frecuencia la entrega de todo el ser al mal. A menos que las tendencias de la naturaleza física estén dominadas por un poder superior, obrarán con certidumbre ruina y muerte. El cuerpo debe ser puesto en sujeción a las facultades superiores del ser. Las pasiones deben ser controladas por la voluntad, que debe estar a su vez bajo el control de Dios. La facultad regia de la razón, santificada por la gracia divina, debe regir la vida. El poder intelectual, el vigor físico y la longevidad dependen de leyes inmutables. Mediante la obediencia a esas leyes, el hombre puede ser vencedor de sí mismo, vencedor de sus propias inclinaciones, vencedor de principados y potestades, de los "gobernadores de estas tinieblas" y de las "malicias espirituales en los aires." (Efe. 6: 12.)